miércoles, 16 de enero de 2013

Una vez pasado el 21 de diciembre de 2012, ¿nos podemos olvidar de las profecías Mayas?



Cuando finalizó el 22 de diciembre de 2012 y no sucedió ninguna catástrofe, y menos el fin de mundo, la humanidad respiró tranquila. Pero, ¿había razones para tranquilizarnos?




Quién quiera seguir viviendo tranquilo que no lea este artículo. El Solsticio de Invierno el 21 de diciembre era celebrado como el cumpleaños del Sol. Es la noche más larga del año y por consiguiente, el día más corto del año. Representó el último poder de las fuerzas oscuras de la Naturaleza: la larga noche invernal, cuando las cosas parecían estar muertas y quietas. Y fuera de las profundidades de esta noche más larga, nacía el nuevo Sol. Desde esta fecha el poder de la luz crece poco a poco en fuerza y los días empiezan a hacerse más largos. El Solsticio de Invierno inauguró el nacimiento de un nuevo año solar. El Sol parecía regresar de su viaje anual al Sur y empezaba su lento retorno a las Latitudes del Norte. La salida del sol, el 21 de diciembre, se creía que era como la primera salida del sol, y el comienzo del Nuevo Año era, de hecho, una celebración del principio del Tiempo. Con este contexto particular en mente, podemos ahora examinar más detalladamente las razones por qué el Solsticio de Invierno en el año 2012 es tan importante. En el calendario maya de la cuenta larga, un ciclo de unos 5.200 años (en realidad 5.125) finaliza en esta fecha, y también apunta a una rara alineación astronómica. De hecho, esta alineación sólo pasa una vez cada alrededor de 26.000 años (en realidad 25.625). El año 2012 indicado en el calendario de la cuenta larga, ilumina el hecho de que el movimiento Precesional del Sol en el Solsticio de Invierno gradualmente llevará su posición a alinearse con el mismo centro de nuestra Galaxia.





Para los mayas esto era como la última campanada de medianoche en Nochevieja, sólo que en el 2012 el Nuevo Año es el Nuevo Año Galáctico de unos 26.000 años solares. El Reloj Galáctico estará en el punto cero y comenzará un Nuevo Ciclo Precesional. Pero, ¿qué es lo que es tan importante en relación a la Vía Láctea y por qué los mayas estaban tan interesados en ello? Nuestra cultura científica ha comprendido finalmente que nuestro planeta, el Sol, y el sistema solar entero tuvieron sus orígenes en el centro de la Galaxia de la Vía Láctea. Nosotros también hemos encontrado recientemente que nuestra Galaxia tiene unos 70.000 años de luz de diámetro, con la mayoría de sus 400 mil millones estrellas concentrados en la gran protuberancia central. Equipados con instrumentos ultravioleta, radiografías y rayos gamma, así como con telescopios de infrarrojos, la mayoría de los astrónomos están ahora convencidos que en el centro de nuestra Galaxia hay un masivo agujero negro de un tamaño inimaginable, millones de veces más grande que nuestro sol. Y ahí es donde la Ciencia y la Mitología coinciden. Pero con respecto a lo que el centro de nuestra Galaxia puede representar en términos de energía y propiedades tiempo/espacio, creo que todavía nadie tiene una pista. Pero para los antiguos mayas, la Vía Láctea representaba a la Gran Madre Cósmica de donde nació toda la vida. Ellos vieron a nuestra Madre Galáctica a través del cielo nocturno y de alguna manera apuntando al lugar de donde todos nosotros procedíamos. Y a la gran protuberancia central, a su centro, ellos lo percibieron como el Útero Cósmico. Dentro de la protuberancia central está lo que parece un corredor oscuro, conocido como la grieta oscura (dark rift). Los mayas se referían a esto con muchos nombres, pero el más pertinente aquí es su referencia a esta área como el “paso del nacimiento”.


¿Estamos empezando a tener una imagen global? Considerando entonces la importancia de la fecha 2012 en el calendario maya, se ha descubierto que ese año específicamente apunta a un periodo de tiempo cuando el Sol del Solsticio de diciembre se alinea con la grieta oscura , el “canal Galáctico del Nacimiento” en la protuberancia central. Es como si el Sol realmente estuviera naciendo nuevamente del Útero Galáctico. La Cosmología maya no fue escrita en un libro, sino en las mismas estrellas sobre sus cabezas. Todo lo que necesitamos hacer es reconocer las asociaciones existentes y la historia se despliega sola. Así es como en nuestra cultura nosotros hemos construido asociaciones entre el Solsticio de Invierno, el Nuevo Año y el nacimiento de Jesucristo, “ el Hijo de Dios” quien llegó a este mundo como “el salvador de la humanidad “. Con los mayas hemos descubierto otra historia asociada con el Solsticio de Invierno, el Nuevo Año y tal vez el destino de la Humanidad. La alineación astronómica del Ciclo Precesional del Solsticio de Invierno y el Centro Galáctico representa el “Punto Cero” en el Reloj Cósmico, marcando así el principio de una Nueva Era. Este hecho nos dice que nace un Nuevo Sol, que un Nuevo Año amanecerá, que un Nuevo Ciclo Galáctico empieza y tal vez la transformación de nuestro Mundo.





Así como el ecuador de la Tierra divide el planeta en dos hemisferios de Norte y Sur, el Ecuador Galáctico es el término astronómico para la línea divisoria de la Vía Láctea, separando la Galaxia en dos mitades. Similar al tiempo del Equinoccio, cuando el Sol parece cruzar el Ecuador de la Tierra y entra así en un nuevo hemisferio, así también en 1998 el Sol del Solsticio de Invierno comenzó a atravesar el Ecuador Galáctico. Considerando que el Sol es tan grande (aproximadamente uno y medio grados de ancho) y el movimiento es tan lento, nuestro Sol no cruzará el Ecuador y entrará totalmente en el nuevo Hemisferio Galáctico hasta el año 2018. Así que nosotros necesitamos entender entonces que la fecha maya de 2012simplemente es un indicador de este periodo de 20 años de transición – el proceso de nacimiento de la Nueva Era y el punto del principio del Nuevo Ciclo Precesional de unos 26.000 años. Es realmente irónico que los descendientes de los colonizadores europeos que vinieron al Nuevo Mundo para llevar el conocimiento a la población indígena, ahora encuentran un calendario/reloj de piedra de estos mismos indígenas marcando el tiempo galáctico. Un calendario adaptado a su entorno cultural, pero que realmente incorpora su visión del tiempo cíclico, el Ciclo Precesional. Este “Gran Año” era conocido hace mucho tiempo por los sumerios, babilónicos, egipcios y los antiguos griegos, pero carecía del marcador en el que empezaba o acababa. De algún modo, a través de las edades, el conocimiento había estado perdido. Quizás el regalo más grande que la cultura maya ha dado a nuestro mundo es el Punto Cero del Ciclo Precessional de 26.000 años. A través de la fecha 2012 en su calendario, ellos indicaron la importancia del Ecuador Galáctico y su relevancia en relación al Ciclo Precesional, dándonos así la posibilidad de marcar con precisión el tiempo exacto en nuestro Reloj Galáctico. Sobre el lapso de los 20 años de periodo de transición, cuando el Sol del Solsticio cruce el Ecuador Galáctico y se mueva hacia un nuevo hemisferio, puede ser que estemos siendo testigos del nacimiento de una nueva civilización planetaria. Pero, antes de llegar a esta nueva civilización, ¿habrá algún cataclismo?





Recientemente hemos tenido noticias de que la sonda Soho, de la NASA, ha captado un grupo de manchas solares, llamado AR 1618, que apenas era visible hace tan solo unos días sobre la superficie del Sol, pero que ahora ha adquirido un tamaño gigantesco diez veces superior al de la Tierra. La mancha ya ha soltado alguna llamarada de clase M, una explosión de energía de tamaño medio, pero la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA, por sus siglas en inglés) ha advertido de la posibilidad de que este fenómeno produzca la energía suficiente para emitir fuertes llamaradas solares de clase X (las más potentes) en las próximas horas, según informa SpaceWeather. Una llamarada solar es una explosión en el Sol que ocurre cuando la energía almacenada en campos magnéticos torcidos (usualmente localizados encima de las manchas solares) es soltada repentinamente. Las llamaradas producen un estallido de radiación a través del espectro electromagnético, desde las ondas de radio hasta los rayos-X y los rayos-gamma. Los científicos clasifican a las llamaradas solares de acuerdo a su brillo en rayos-X, en el intervalo de 1 a 8 Angstroms. Existen tres categorías: las llamaradas de clase X son grandes; son eventos de gran magnitud que pueden desatar apagones en las ondas de radio en todo el planeta así como tormentas de radiación de larga duración. Las llamaradas de clase M son de tamaño mediano; pueden generalmente causar ligeros apagones en el radio que afectan las regiones polares de la tierra. A veces hay tormentas de radiación menores tras de una llamarada de clase M. Comparados con los eventos de tipo X y M, las llamaradas de clase C son pequeñas y de consecuencias poco notorias aquí en la Tierra.





La posibilidad de que una de estas erupciones apunte directamente hacia la Tierra es altísima, ya que la mancha está orientada hacia la Tierra. El observatorio espacial STEREO de la NASA captó el martes dos eyecciones de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés) provocadas por la misma mancha AR 1618. La gigantesca nube ardiente de partículas y radiación que salió disparada desde la superficie del astro rey hacia el espacio podría alcanzarnos próximamente, según las previsiones de la NOAA. Existe un 65% de posibilidades de que esta liberación de plasma solar provoque tormentas geomagnéticas, que se producen cuando las partículas golpean el exterior del envoltorio magnético de la Tierra, la magnetosfera, durante un período prolongado de tiempo. Posiblemente se formen bellas auroras en altas latitudes. Las eyecciones de masa coronal pueden afectar a los sistemas eléctricos y los satélites, de los que cada vez somos más dependientes para todas nuestras comunicaciones, incluyendo radio, televisión, internet e, incluso, el suministro eléctrico.En el Apocalipsis podemos leer: “Y fue hecha una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles lidiaban contra el dragón, y lidiaba el dragón contra los ángeles”. Y no prevalecieron más en su lugar en el cielo”. Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, la serpiente antigua (Leviathan) y Satanás, el cual engaña a todo el mundo; fue arrojado en la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. Por lo cual alegraos cielos, los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! Porque el diablo ha descendido a vosotros, teniendo gran ira sabiendo que tiene poco tiempo“. Según el Calendario Chino, entre el 23 de Enero de 2012 y el 9 de Febrero de 2013 comienza el año del Dragón. En la mitología de varios países orientales, sobre todo en China y Japón, el dragón representa el poder espiritual supremo y es el símbolo más antiguo del arte oriental. El inicio del Año Nuevo chino, conocido también como Festival de Primavera, está lleno de celebraciones, visitas familiares, alimentos especiales y fuegos artificiales. Es uno de los festivales más importantes de China y todo el mundo lo celebra, sobre todo durante los tres primeros días del festival. El signo del Dragón parte de la astrología china y en las culturas milenarias orientales, es considerado al igual que la serpiente un animal de buena suerte. Según en la antigua China es considerado como el guardián de los tesoros, así también de la sabiduría.


Hay un cierto paralelismo entre los eventos que se sucedieron cuando se abrieron las puertas del cielo y fue arrojada a la tierra el gran dragón y sus ángeles. Y este momento cósmico, que se cumple después de 25.625 años (en la actualidad) implica entrar en un nuevo ciclo que durara otros 25.625 años, y en el que se supone tendremos una etapa en la cual la luz reinara sobre la oscuridad. Los Mayas predijeron que a partir de la fecha de su civilización desde el 4 Ahau 8 Cumku, es decir desde el año 3114 a.C, se produce un ciclo de 5.125 años que finalizó el 21 de diciembre del 2.012, en que se supone que el Sol recibió un rayo sincronizador proveniente del centro de la galaxia, con la que está alineado. Según algunos entornos esotéricos, esto probablemente cambiará su polaridad y producirá una gigantesca llamarada solar. Conscientemente o inconscientemente hemos vivido un ciclo en que la oscuridad ha dominado sobre la faz de la tierra, generando un karma del cual podremos liberarnos gracias a los efectos benéficos del cambio promovido por la sincronización galáctica. Pero antes deberemos sufrir los efectos de una inversión magnética de la Tierra, que podría conllevar determinadas catástrofes. La primera profecía maya nos habla de un periodo de 20 años, llamados katum. Los últimos 20 años de ese gran ciclo solar de 5.125 años van desde el año 1.992 hasta el año 2.012. Profetizaron que durante este tiempo aparecerían manchas solares cada vez más intensas, por lo que, desde 1.992, la Humanidad entraría en un periodo de grandes cambios. Asimismo anunciaron que siete años después del comienzo de este período comenzaría una época de oscuridad que nos enfrentaría a todos con nuestra propia conducta. También dijeron que las palabras de sus sacerdotes serían escuchadas por todos nosotros como una guía para despertar. Ellos llaman a ésta época como el tiempo en que la humanidad entrará en el gran salón de los espejos, una época de cambios para enfrentar al hombre consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con el planeta Tierra. La quinta profecía maya nos dice que todos los sistemas basados en el miedo sobre el que se fundamenta nuestra civilización se transformarán simultáneamente con el planeta y el hombre para dar paso a una nueva realidad de armonía. La séptima profecía maya nos habla del momento que el sistema solar, en su giro cíclico, sale de la noche para entrar al amanecer galáctico. Dice que los 13 años que van desde 1999 al 2012, la luz emitida desde el centro de la galaxia sincroniza a todos los seres vivos y les permite acceder a una transformación interna que producirá nuevas realidades. Esto coincide con el hecho de que en el año chino del dragón se inicia un nuevo día galáctico para nuestro sistema solar.





Algunos de los elementos básicos en la religión babilónica eran el fuego, las serpientes (o dragón) y el Sol. Ello se ha reproducido de distintas maneras en otras culturas antiguas, como la Egipcia. En lo que respecta a nuestra estrella, durante toda la historia se ha venerado al Sol por sus aportaciones de calor y luz para posibilitar la vida en la Tierra. Sin embargo, todo parece indicar que la Hermandad de Babilonia y otros grupos afines, con conocimientos avanzados, se centraron en el Sol por otras razones. Conocían la verdadera naturaleza del Sol como un tipo de conciencia multidimensional que ejerce su influencia en el sistema solar mediante frecuencias invisibles. Incluso en esta dimensión física, las emisiones de energía magnética del Sol nos están afectando constantemente. Y creemos que el Sol ha estado en el origen de muchas de las catástrofes globales que han afectado a la Tierra. Pero, ¿qué es realmente el Sol? Nos hemos basado en lo explicado por Patrick Geryl en su libro “La profecía de Orión”. Para empezar, nos centraremos en los aspectos más físicos del Sol, que es una estrella que se encuentra en el centro del Sistema Solar, constituyendo la mayor fuente de energía electromagnética de nuestro sistema planetario. La Tierra y otros cuerpos, tales como planetas, asteroides o cometas, orbitan alrededor del Sol, que representa alrededor del 98,6% de la masa del Sistema Solar. La distancia media del Sol a la Tierra es de aproximadamente 149.600.000 de kilómetros y su luz recorre esta distancia en 8 minutos y 19 segundos. La energía del Sol, en forma de luz solar, sustenta a casi todas las formas de vida en la Tierra a través de la fotosíntesis, y determina el clima de la Tierra y su meteorología. Pero, ¿realmente conocemos el Sol?


Es la estrella del sistema planetario en el que se encuentra la Tierra; por tanto, es el astro con mayor brillo. Su visibilidad en el cielo local determina los ciclos de día y noche en diferentes regiones de diferentes planetas. En la Tierra, la energía radiada por el Sol es aprovechada por los seres fotosintéticos, que constituyen la base de la cadena trófica, siendo así la principal fuente de energía de la vida. También aporta la energía que mantiene en funcionamiento los procesos climáticos. El Sol, junto con todos los cuerpos celestes que orbitan a su alrededor, incluida la Tierra, forman el Sistema Solar. A pesar de ser una estrella mediana es más brillante que el 85% de las estrellas existentes en nuestra galaxia y es la única cuya forma se puede apreciar a simple vista,. La combinación de tamaños y distancias del Sol y la Luna son tales que se ven, aproximadamente, con el mismo tamaño aparente en el cielo. Esto permite una amplia gama de eclipses solares: totales, anulares o parciales. Se calcula que el Sol se formó hace 4.650 millones de años y se cree que tiene combustible para 5.000 millones más. Después, comenzará a hacerse más y más grande, hasta convertirse en una gigante roja. Finalmente, se hundirá por su propio peso y se convertirá en una enana blanca, que puede tardar un billón de años en enfriarse. Se formó a partir de nubes de gas y polvo que contenían residuos de generaciones anteriores de estrellas. Gracias a la metalicidad de dicho gas, de su disco surgieron los planetas, asteroides y cometas del Sistema Solar. Pero llegará un día en que el Sol agote todo el hidrógeno en la región central al haberlo transformado en helio y la presión será incapaz de sostener las capas superiores y la región central tenderá a contraerse gravitacionalmente, calentando progresivamente las capas adyacentes. El exceso de energía producida hará que las capas exteriores del Sol tiendan a expandirse y enfriarse y el Sol se convertirá en una estrella gigante roja. Entonces el diámetro puede llegar a alcanzar y sobrepasar al de la órbita de la Tierra, con lo cual, cualquier forma de vida se habrá extinguido.





Como toda estrella, el Sol posee una forma esférica, y a causa de su lento movimiento de rotación tiene también un leve achatamiento polar y presenta una estructura en capas esféricas, como una cebolla. Gira más rápido en el ecuador que en los polos y por lo tanto la actividad del campo magnético del Sol es realmente colosal. En la actualidad, la astrofísica dispone de un modelo de estructura solar que explica satisfactoriamente la mayoría de los fenómenos observados. La fotosfera es la zona visible donde se emite luz visible del Sol y se considera como la «superficie» solar que, vista a través de un telescopio, se presenta formada por gránulos brillantes que se proyectan sobre un fondo más oscuro. Puesto que el Sol es gaseoso y su fotosfera es algo transparente, puede ser observada hasta una profundidad de unos cientos de kilómetros antes de volverse completamente opaca. Normalmente se considera que la fotosfera solar tiene unos 100 o 200 km de profundidad. El signo más evidente de actividad en la fotosfera son las manchas solares. En los tiempos antiguos se consideraba al Sol como un fuego divino y, por consiguiente, perfecto e infalible. Del mismo modo se sabía que la brillante cara del Sol estaba a veces nublada con unas manchas oscuras, pero se imaginaba que era debido a objetos que pasaban en el espacio entre el Sol y la Tierra. Cuando Galileo (1564-1642) construyó el primer telescopio astronómico, dando origen a una nueva etapa en el estudio del Universo, hizo la siguiente afirmación “Repetidas observaciones me han convencido, de que estas manchas son sustancias en la superficie del Sol, en la que se producen continuamente y en la que también se disuelven, unas más pronto y otras más tarde“. El investigador Maurice Cotterell ha hecho un largo y detallado estudio sobre la actividad de las manchas solares y de las erupciones solares cuando el Sol está proyectando energía magnética enormemente poderosa. Esto ha sido fotografiado como gigantescos bucles de fuego, algunos de 160.000 km de alto. Esta energía viaja a la tierra en el viento solar y puede afectar sistemas de computadoras y causar cortes de energía.


De no ser por los cinturones de Van Allen, las zonas de radiación que rodean el planeta y que se conectan con el campo magnético de la Tierra, la energía del Sol literalmente nos freiría. Maurice Cotterell estudió los ciclos de las manchas solares y estableció ciclos breves, largos y grandes de actividad solar. Cuando la investigación de Cotterell ya estaba avanzada, conoció el sistema matemático dejado por el antiguo pueblo maya en América Central. Los mayas afirmaron deber su origen a los “dioses” y hablaban de una isla perdida como de su antiguo hogar. Sus sistemas matemáticos y astronómicos, así como su medición del tiempo, increíblemente exactos, fueron heredados de culturas mucho más antiguas y, en última instancia, supuestamente de seres extraterrestres. Una mancha solar típica consiste en una región central oscura, llamada “umbra“, rodeada por una “penumbra” más clara. Una sola mancha puede llegar a medir hasta 12 000 km (casi tan grande como el diámetro de la Tierra), pero un grupo de manchas puede alcanzar 120 000 km de extensión e incluso algunas veces más. Las manchas están relativamente inmóviles con respecto a la fotosfera y participan de la rotación solar. La cromosfera es una capa exterior a la fotosfera visualmente mucho más transparente. Su tamaño es de aproximadamente unos 10 000 km y es imposible observarla sin filtros especiales al ser eclipsada por el mayor brillo de la fotosfera. La cromosfera puede observarse sin embargo en un eclipse solar en un tono rojizo característico. Las prominencias solares que se producen allí ascienden ocasionalmente desde la fotosfera alcanzando alturas de hasta 150 000 km, produciendo erupciones solares espectaculares. La corona solar está formada por las capas más tenues de la atmósfera superior solar. Su temperatura alcanza los millones de grados kelvin, una cifra muy superior a la de la capa que le sigue, la fotosfera, siendo esta inversión térmica uno de los principales enigmas de la ciencia solar reciente.





Estas elevadísimas temperaturas son un dato engañoso y consecuencia de la alta velocidad de las pocas partículas que componen la atmósfera solar. Sus grandes velocidades son debidas a la baja densidad del material coronal, a los intensos campos magnéticos emitidos por el Sol y a las ondas de choque que rompen en la superficie solar estimuladas por las células convectivas. Como resultado de su elevada temperatura, desde la corona se emite gran cantidad de energía en forma de rayos X. En realidad, estas temperaturas no son más que un indicador de las altas velocidades que alcanza el material coronal que se acelera en las líneas de campo magnético y en impresionantes eyecciones de material coronal. La corona solar solamente es observable desde el espacio con instrumentos adecuados que anteponen un disco opaco para eclipsar artificialmente al Sol o durante un eclipse solar natural desde la Tierra. El material tenue de la corona es continuamente expulsado por la fuerte radiación solar dando lugar al viento solar. Así pues, se cree que las estructuras observadas en la corona están modeladas en gran medida por el campo magnético solar.La heliosfera sería la región que se extiende desde el Sol hasta más allá de Plutón y que se encuentra bajo la influencia del viento solar. Es en esta región donde se extienden los efectos de las tormentas geomagnéticas y también donde se extiende el la influencia del campo magnético solar. La heliosfera protege al Sistema Solar de las radiaciones provenientes del medio interestelar. La eyección de masa coronal es una onda hecha de radiación y viento solar que se desprende del Sol en el periodo llamado Actividad Máxima Solar. Esta onda es muy peligrosa, ya que daña los circuitos eléctricos, los transformadores y los sistemas de comunicación. Cuando esto ocurre, se dice que hay una tormenta solar. Cada 11 años, el Sol entra en un ciclo turbulento, o Actividad Máxima Solar, que representa la época más propicia para que nuestro planeta sufra una tormenta solar. Dicho proceso acaba con el cambio de polaridad solar, que no tiene que coincidir necesariamente con el cambio de polaridad terrestre y se sabe que el próximo máximo solar ocurrirá en el año 2012.


Una potente tormenta solar es capaz de paralizar por completo la red eléctrica de las grandes ciudades, una situación que podría durar semanas, meses o incluso años. Las tormentas solares pueden causar interferencias en las señales de radio, afectar a los sistemas de navegación aéreos, dañar las señales telefónicas e inutilizar satélites por completo. Como ejemplo de ello, podemos indicar que el 13 de marzo de 1989, la ciudad de Québec, en Canadá, fue azotada por una fuerte tormenta solar. Seis millones de personas se vieron afectadas por un gran apagón que duró 90 segundos y la red eléctrica de Montreal estuvo paralizada durante más de nueve horas. Los daños que provocó el apagón, junto con las pérdidas originadas por la falta de energía, alcanzaron los cientos de millones de dólares. También, entre los días 1 y 2 de septiembre de 1859, una intensa tormenta solar afectó a la mayor parte del planeta. Las líneas telegráficas de los Estados Unidos y el Reino Unido quedaron inutilizadas y se provocaron varios incendios. Además, una impresionante aurora boreal, fenómeno que normalmente sólo puede observarse en las regiones árticas, pudo verse en lugares tan alejados entre sí como Roma o Hawái. El campo magnético del sol se forma por la fusión de los átomos de hidrógeno en helio en la parte más interna del núcleo, en donde el helio queda restringido por ser un material más pesado. Ello produce que sus campos magnéticos adquieran aun más densidad y potencia. Las enormes fuerzas de gravedad, impiden a los fotones que escapen de forma libre. De esta manera se genera en su interior un potente campo magnético que influye en la dinámica del plasma en las capas siguientes. Los campos magnéticos encuentran su dinámica por las fuerzas magnetohidrodinámicas en constante interacción con las gravitatorias y rotacionales de la estrella, llegando a la superficie de manera que, los materiales más externos quedan ordenados conforme a líneas de fuerza de Gauss. La ley de Gauss relaciona el flujo eléctrico a través de una superficie cerrada y la carga eléctrica encerrada en esta superficie. Al igual que para el campo eléctrico, existe una ley de Gauss para el magnetismo. Esta ley expresa la inexistencia de cargas magnéticas o, como se conocen habitualmente, monopolos magnéticos. Las distribuciones de fuentes magnéticas son siempre neutras en el sentido de que posee un polo norte y un polo sur, por lo que su flujo a través de cualquier superficie cerrada es nulo. De esta misma forma, también relaciona la divergencia del campo eléctrico con la densidad de carga.





La rotación solar produce que las capas más externas no giren todas a la misma velocidad, por lo que el ordenamiento de estas líneas de fuerza se va descompensando a medida que los materiales distribuidos entre los polos y el ecuador van perdiendo sincronismo en el giro rotacional de la estrella. Por cada ruptura en la integridad del campo magnético, se produce un escape de líneas de fuerza Gauss, produciendo unas típicas manchas negras, en las que un aumento de estas puede tener como consecuencia una erupción solar consecuente por la desintegración local del campo Gauss. Cuando el sol se acerca a su máximo desorden, las tormentas solares son máximas. Estos periodos se dan cada 11 años. El sol no posee un campo electromagnético como el de la Tierra, sino que posee lo que se denomina viento solar, producido por esas inestabilidades rotacionales del Sol. Si no fuera por eso, los campos magnéticos del sol quedarían restringidos a la dinámica del plasma. Por esa misma razón, una reacción de fusión entre dos átomos de hidrógeno en el interior del sol, tarda 11 años en llegar a escapar de las enormes fuerzas gravitatorias y magnéticas. Tal como ya sabemos, la mayor parte de la energía utilizada por los seres vivos procede del Sol, que las plantas absorben directamente mediante la fotosíntesis. Los herbívoros absorben indirectamente una pequeña cantidad de esta energía comiendo las plantas, y los carnívoros absorben indirectamente una cantidad más pequeña comiéndose a los herbívoros. La mayoría de las fuentes de energía usadas por el hombre derivan indirectamente del Sol. Por ejemplo, los combustibles fósiles preservan la energía solar capturada hace millones de años mediante fotosíntesis, la energía hidroeléctrica usa la energía potencial de agua que se condensó en altura después de haberse evaporado por el calor del Sol, etc. Sin embargo, el uso directo de energía solar para la obtención de energía no está aún muy extendido debido a que los mecanismos actuales no son suficientemente eficaces.






Una mínima cantidad de materia puede convertirse en una enorme manifestación de energía. Esta relación entre la materia y la energía explica la potencia del Sol, que hace posible la vida. En 1905, Einstein había predicho una equivalencia entre la materia y la energía mediante su ecuación E=mc². Una vez que Einstein formuló la relación, los científicos pudieron explicar por qué ha brillado el Sol por miles de millones de años. En el interior del Sol se producen continuas reacciones termonucleares. De este modo, el Sol convierte cada segundo unos 564 millones de toneladas de hidrógeno en 560 millones de toneladas de helio, lo que significa que unos cuatro millones de toneladas de materia se transforman en energía solar, una pequeña parte de la cual llega a la Tierra y sostiene la vida. Unas de las primeras observaciones astronómicas de la actividad solar fueron las realizadas por Galileo Galilei en el siglo XVII, utilizando vidrios ahumados al principio, y usando el método de proyección después. Galileo observó así las manchas solares y pudo medir la rotación solar así como percibir la variabilidad de éstas. En la actualidad la actividad solar es monitoreada constantemente por observatorios astronómicos terrestres y observatorios espaciales. Entre los objetivos de estas observaciones se encuentra no solo alcanzar una mayor comprensión de la actividad solar sino también la predicción de sucesos de elevada emisión de partículas potencialmente peligrosas para las actividades en el espacio y las telecomunicaciones terrestres. Maurice Cotterell estaba sorprendido de que los ciclos mayas de la evolución humana se correspondiesen tan notablemente con sus ciclos de las manchas solares y de las emisiones magnéticas. Esto es perfectamente explicable, ya que todo es energía (ver en este blog el artículo “La física moderna, ¿debe algunos de sus conceptos a civilizaciones remotas?”). La vida es la interacción de campos vibratorios magnéticos y si se cambia el magnetismo se modifica la naturaleza del campo de energía. Y si se cambia el campo de energía también se cambia la naturaleza de la vida mental, emocional, espiritual y física, que son energía en diferentes formas. Los otros planetas también afectan el campo magnético de la Tierra cuando giran alrededor del Sol. Esto forma parte de lo que llamamos astrología. Cotterell también cree que somos afectados más poderosamente por estos campos cuando somos concebidos que cuando nacemos. Sus investigaciones le llevaron a creer que la actividad de las manchas solares se correspondía con los ciclos de fertilidad humanos y con el surgimiento y decadencia de grandes civilizaciones e imperios.





Los científicos también han descubierto que los humanos tenemos un reloj interno que está sincronizado con el Sol y que su efecto sobre la vida humana es fundamental, más allá de su aportación de calor y luz. Los “dioses” de la antigüedad sabían esto y por esta razón el Sol era visto con cierto temor. En realidad es el corazón físico y espiritual del sistema solar y llegó a simbolizar al creador, particularmente los aspectos masculinos de la fuerza creativa “Él Que Es La Luz Del Mundo“. Estos conocimientos del Sol son un tema importante en nuestro viaje a través de la Historia. Los antiguos usaban constantemente al Sol y su simbolismo astrológico en sus historias y algunos de los nombres para sus dioses fueron utilizados para simbolizar el Sol y los planetas. Y dilucidar lo que qué es real de lo qué es simbólico es bastante complicado. Asimismo es posible que el término “Dios del Sol” haya sido empleado para simbolizar a los “dioses” extraterrestres, de quienes se decía en los textos antiguos que tenían rostros que brillaban como el Sol (“los que brillan”). Imaginemos el poder que tendría alguien que conociera los ciclos de la energía del Sol y de los otros planetas, así como de qué manera pueden afectar a la conciencia humana. Podrían manipular la raza humana. Pues bien, se supone que la Hermandad Babilónica poseía estos conocimientos. Antiguas tradiciones afirman que cuando el Sol pasó por los 16º del signo zodiacal de Leo en el año 9.792 a.C., una luz abrasadora proveniente de nuestra estrella alcanzó la Tierra y el cielo pareció desmoronarse, ya que la Tierra se inclinó sobre su eje. A consecuencia de ello, al sufrir la corteza terrestre un desplazamiento, los continentes cambiaron de posición. Y cuando el Sol volvió a salir por el horizonte era de hecho un nuevo horizonte, ya que la Tierra se había dado la vuelta. Los egipcios lo simbolizaron agregando una cruz de asa, que es el símbolo de la vida eterna. Se supone que el Sol se mantendría en este nuevo horizonte hasta el día del siguiente cataclismo, en un ciclo de continúas destrucciones y renacimientos. En Alaska aún pueden verse los restos de esta gran catástrofe de hace unos doce mil años. Todos los seres vivientes, tanto animales como plantas se congelaron repentinamente, en pocos segundos, produciendo la extinción de todos los grandes animales y marcando el fin de una era.






Pero, ¿qué causó la extinción de tantos millones de animales? La muerte tuvo tan colosales proporciones que todavía impresionan sus rastros. En el valle del Yukón, junto al río del mismo nombre, puede verse un claro registro de esta súbita extinción. También se encuentran evidencias de que hubo alteraciones atmosféricas de una enorme violencia. Por ejemplo, los gigantescos mamuts y los bisontes fueron destrozados y retorcidos como por una mano gigante. Se encuentran restos de animales desgarrados y desparramados por todo el paisaje. Mezclados con las pilas de huesos se encuentran los restos de árboles, también retorcidos, destrozados y apilados. Y todo esto cubierto por una fina capa de estiércol que, al congelarse, se solidificó. Los antiguos textos coinciden en que una luz incandescente alcanzó la Tierra. Todo parece indicar que desde el interior del Sol se liberaron unas enormes fuerzas electromagnéticas y se produjeron en el Sol gigantescas llamaradas que enviaron una descomunal onda de partículas a la Tierra. Las partículas expulsadas por el Sol produjeron que la atmósfera de la Tierra apareciera como en llamas, afectando dramáticamente al cinturón de Van Allen, que son zonas de la magnetosfera terrestre donde se concentran las partículas cargadas. Debido al continuo flujo electromagnético, el campo magnético de la Tierra se sobrecargó y billones de partículas llegaron a los polos y se generaron gigantescas fuerzas eléctricas. Cuando los polos se llenaron de auroras formadas por las partículas que caían, el campo electromagnético del interior de la Tierra se sobrecargó y estalló, produciendo un impresionante cortocircuito. Al perder su protección magnética, toda la atmósfera del planeta fue bombardeada por las partículas que caían. En situaciones normales, el campo magnético de la Tierra funciona para protegernos, dirigiendo las partículas electromagnéticas hacia los polos. Pero al perderse esta protección las partículas penetraron en la Tierra desde todas direcciones generando una intensa radiación, tanto en luminosidad como en radioactividad. Los que todavía viviesen podrían contemplar el cielo como si ardiera con toda intensidad, tal como se dice en textos antiguos: “la luz de las luces se encuentra alrededor del mundo, ahora”. Y esto solo fue el aperitivo del verdadero cataclismo.





El núcleo de hierro de la Tierra es magnético y, debido al desplazamiento del núcleo magnético, la Tierra comenzó a inclinarse. Como una directa consecuencia de este volteo, la corteza terrestre se desgajó y quedó flotando y la Tierra se inclinó varios miles de kilómetros en muy poco rato. Cualquier testigo del fenómeno observó como si el cielo se viniese abajo, que es la explicación que se ofrece en los textos antiguos. Luego se produjeron gigantescos seísmos, las capas terrestres se movieron, Se elevaron nuevas montañas, la tierra se agrietó y abrió, se desmoronaron las montañas existentes, los continentes e islas se hundieron en los océanos y los volcanes entraron en erupción por todas partes. ¡Un verdadero infierno! ¡Y los astrónomos se preguntan si este acontecimiento podría volver a ocurrir! Aquí queremos hacer referencia a uno de los principales investigadores de estos fenómenos. Charles H. Hapgood (1904 – 1983) desarrolló una fundamentada línea de investigación del pasado remoto de las culturas humanas, basándose en métodos empíricos de conocimiento. Los sorprendentes resultados han sido expuestos en trabajos como “El Cambio de la Corteza Terrestre” o“Los Mapas de los Antiguos Reyes Marinos. Evidencia de Civilización avanzada en la Edad del Hielo”. En la primera obra, Hapgood aborda los drásticos cambios que significan para el planeta y sus habitantes los cambios del Eje Terrestre. Éste trabajo de Hapgood fue republicado en 1970 con el título “El sendero del Polo” (The Path of the Pole), determinando que es el movimiento de los polos terrestres la causa del desplazamiento de las masas continentales o deriva continental y su directa relación con los cambios climáticos, la formación de montañas, los altiplanos y los fondos marinos, siendo estos factores, las posibles razones de la extinción natural de algunas especies en el pasado. El movimiento de los polos se produciría por el movimiento centrífugo y su relación con la masa de la corteza terrestre de acuerdo a la siguiente secuencia: acumulación extrema de masa en uno ó ambos polos, situación que desestabiliza el equilibrio rotacional de la Tierra, generando un deslizamiento de gran parte de la corteza terrestre externa alrededor del centro de la Tierra.


Se generan, de esta manera, catastróficos cambios en la superficie, desplazando por ejemplo, al actual continente antártico, que estuvo situado en la zona ecuatorial, a su actual ubicación polar. El movimiento de los polos, según Hapgood, dura aproximadamente 5.000 años, seguido por un período de relativa quietud entre 20.000 a 30.000 años. “El sendero del Polo” Hapgood explica los dramáticos acontecimientos que se produjeron hace unos 12.000 años: “Un número considerable de antiguas playas que ahora se hallan en grandes elevaciones sobre el nivel del mar —y a veces, tierra adentro, lejos de las actuales costas—, evidencian cambios verticales prácticamente drásticos en las posiciones de las masas de la Tierra”. También el geólogo P. Negris dijo haber encontrado evidencias de antiguas playas en tres montañas de Grecia, a saber, Monte Hymeto, Monte Parnaso y Monte Geraneia, a 1.400, 1.500 y 1.700 pies (1 pié = 0,3048 metros), respectivamente, sobre el nivel del mar. También encontró una playa en el Monte Délos, a 500 pies. Sobre la costa de la Baja California aún pueden hallarse rastros de costas labradas por las olas, en algunos casos a unos mil quinientos pies sobre el nivel del mar. Sería posible multiplicar interminablemente la evidencia de playas elevadas que se hallan en todas partes del mundo, y muchas de ellas pueden implicar cambios en las elevaciones del fondo del mar, como sugiere el geólogo holandés Jan Umbgrove. Una de las características más sobresalientes de la superficie terrestre es el gran valle producido por la gran falla en África. La Placa Africana es una placa tectónica continental que cubre el continente de África y que se extiende hacia el oeste hasta la dorsal mesoatlántica. Todos los límites de la placa Africana son muy divergentes, excepto el que tiene con la placa Euroasiática. La placa abarca varios bloques continentales estables de viejas rocas, los cuales formaron el continente africano durante la existencia de Gondwana hace unos 550 millones de años. Estos bloques son, del Sur al Norte, el Kalahari, Congo, Sáhara y el bloque africano del oeste. Cada uno de estos bloques se pueden subdividir en bloques más pequeños y uniformes.





Uno de los aspectos más importantes de la placa es el Gran Valle del Rift en el Este, una fractura que está separando a una porción del continente, y de la placa, que eventualmente dividirá la Placa Africana en dos: la Placa de Nubia y la Placa Somalí. Así, por ejemplo, se dice que el estrecho de Gibraltar separa la Placa Euroasiática de la Placa de Nubia. El movimiento de la placa africana es hacia el Norte a unos 2,15 centímetros cada año, lo cual la llevará a unirse al extremo sur de España dentro de 650.000 años, separando el mar Mediterráneo del océano Atlántico. El Dr. Hans Cióos señaló que los elevados acantilados de una de las márgenes de este valle alguna vez fueron el borde del propio continente africano, no sólo el comienzo de la plataforma continental sino el mismo borde de la masa del continente. Por algún catastrófico movimiento, ese costado del continente fue tremendamente elevado y el fondo del mar también subió con él cerca de una milla, de modo que pasó a convertirse en tierra seca. ¿Por qué razón los continentes terminan de manera tan abrupta y se sumergen tan rápidamente en el mar? ¿Por qué los márgenes montañosos de la mayoría de los continentes, son altos y en relieve? La corta sección transversal en la larga cadena Lebombo, situada en Swazilandia, no parece relevante, pero sirve para explicar acontecimientos remotos en la Tierra, pues aquí queda expuesto el antiguo margen del continente. Durante el período cretácico, el mar se extendía desde el Este hasta esta zona. La actual llanura entre las colinas de Lebombo y la actual costa son los restos del lecho del mar que se elevó. Lo que observamos son los flancos de una curva que desciende desde el África Septentrional hacia el océano Índico. Pero también vemos estratos sedimentarios seguidos de rocas volcánicas que se extienden hacia el este de las colinas, algunas paralelas a los estratos, como torrentes derramados sobre ellos e inclinados junto con ellos. Otras aparecen en las capas de piedra arenisca, elevándose empinadamente desde abajo. Esto significa que, dado que el borde del continente se plegó en la zona de las colinas de Lebombo, la corteza explotó y se abrieron grietas, por las cuales un fluido incandescente salió disparado.


A finales del período paleozoico, el margen oriental era una gigantesca bisagra sobre la cual se doblaba la corteza terrestre para ser cubierta por el océano. Lo que vemos actualmente es simplemente una sección transversal, que se puede seguir hacia el Norte o Sur, e incluso al otro lado del continente, descubriendo que las grandes franjas de esta tierra han tenido el mismo destino. Los océanos se hundieron junto a los continentes y, a consecuencia de este hundimiento, el continente se elevó desde el océano. Es evidente que los continentes se elevaron y se plegaron a escala gigantesca y que pueden volverlo a hacer en el futuro. Volviendo al escenario de lo que pudo pasar en la anterior gran catástrofe, cuando la onda cargada de partículas declinó, el magnetismo del interior de la Tierra pudo restablecerse. Sin embargo, los polos se movieron, porque el que se encontraba más cerca del Sol recibió el mayor impacto. La corteza terrestre dejó de flotar, acompañada por apocalípticos terremotos, con partes de tierra que se derrumbaban, una extraordinaria actividad tectónica y la mayoría de los volcanes en plena erupción. Pero entonces ocurrió la mayor catástrofe, pues debido a la inercia, el movimiento de los océanos no pudo detenerse, por lo que una gigantesca ola cubrió toda la Tierra. Por esta razón los mayas sentían tanto temor ante un futuro en que se pudiera repetir el cataclismo. Nuestro campo magnético es una de los enigmas menos comprendidos. Alian Cox, en un artículo titulado “Reversiones geomagnéticas” publicado en la revista Science en 1969, afirmaba: “Existe una incómoda falta de teorías que expliquen el actual campo magnético”. Y sorprendentemente esta falta de ideas al respecto apenas ha cambiado. Dado que nuestro planeta rota, el magnetismo es inducido de una manera muy similar a la inducción por el flujo de una corriente eléctrica a través de una bobina de alambre. En resumen, la Tierra es una dínamo gigantesca con un polo norte y otro sur. ¡Pero esto es todo lo que se sabe! Las reversiones de la polaridad suelen ocurrir y los geólogos lo han comprobado. Sucede aproximadamente cada 11.500 años, pero nadie sabe la razón. Eso nos lleva al Sol, donde se observa qué poderosa puede llegar a ser una reversión magnética. Las fuerzas magnéticas son el disparador de millones de explosiones nucleares en el Sol. Esto es así porque nuestro Sol es una estrella magnética, con un polo norte y un polo sur, además de un ecuador.





Al igual que la Tierra, el Sol rota y lo hace muy rápidamente, a más de 6.400 km por hora en la superficie, creando millones de campos magnéticos que calientan su corona a más de un millón de grados. Sólo una llama solar que explota desde un cortocircuito en un campo magnético, produce tanta energía como dos mil millones de bombas de hidrógeno. ¡Imaginemos el cataclismo que se produciría en la Tierra con semejante explosión! Y aún quedan las manchas solares, en que su principal característica es su intenso campo magnético. La fuerza magnética de una mancha solar es realmente enorme, ya que equivale a 20.000 veces la de la Tierra. Las manchas solares explotan en la superficie del Sol cada once años, lo que nos permite calcular un ciclo repetitivo. Al comienzo de cada ciclo, la polaridad magnética en las manchas solares se revierte, creando gigantescas explosiones nucleares. Curiosamente nuestros antepasados habían hallado una teoría sobre los campos magnéticos del Sol. En su libro “Las profecías mayas”, Cotterell describe esta teoría y presenta los cálculos mayas de las reversiones en el campo magnético del Sol, estableciendo que al cabo de miles de años se produce una gran y catastrófica reversión. Cuando eso sucede, enormes llamas solares escapan del Sol y caeen sobre los polos de la Tierra. El campo magnético de la Tierra se revierte y por lo tanto nuestro planeta empieza a girar en sentido contrario, convirtiéndose el polo norte en el sur y viceversa. Lo ha leído correctamente, ¡La Tierra comenzará a girar en sentido contrario y los polos se revertirán! Es evidente que un desastre mundial de estas proporciones sería catastrófico y afectaría a toda la población de la Tierra. Europa volvería a una nueva era glacial y se tornaría prácticamente inhabitable, pues la corriente del Golfo habría desaparecido. América del Norte desaparecería bajo kilómetros de hielo en el nuevo Polo Sur, tal como ocurrió con la Atlántida, que posiblemente era la actual Antártida. El profesor Charles Hapgood, en su libro “La senda del Polo Sur”, escribe: “He hallado evidencia de tres posiciones diferentes del Polo Norte, recientemente. Durante la última glaciación de América del Norte, el polo parece haber estado ubicado en la bahía de Hudson, aproximadamente a 60° de latitud Norte y a 83° de longitud Oeste. Parece ser que se corrió a su sitio actual en medio del Océano Ártico, hace unos 12.000 años. Los métodos para obtener datos sobre la radiación, también nos sugieren que el polo llegó a la bahía de Hudson hace unos 50.000 años; antes de esa fecha, se encontraba ubicado en el Mar de Groenlandia, aproximadamente a 73° de latitud Norte ya 10° de longitud Este. Treinta mil años antes, es probable que el polo haya estado en el distrito del Yukón en Canadá. Si el Polo Norte cambia, el Polo Sur cambia también”.


Y añade lo siguiente: “Una poderosa confirmación de otro de los corolarios de un polo emplazado en la bahía de Hudson, proviene de la Antártida. Con un Polo Norte a 60° de latitud Norte y 83° de longitud Oeste, el Polo Sur correspondiente habría estado ubicado a 60° Sur y 97° Este en el océano que baña las costas de Mac-Robertson en la tierra de la Reina Maud, en la Antártida. Esto colocaría al Polo Sur unas siete veces más lejos del casquete del Mar de Ross en la Antártida, de lo que está ahora. Cabe esperar, entonces, que el Mar de Ross no se haya helado en esa época”. Si a la precesión equinoccial, que implica un desplazamiento de la corteza terrestre, le añadimos las reversiones magnéticas, habremos hallado el culpable de las catástrofes cíclicas. Estas elevan islas y montañas hacia el cielo, provocando extinciones a una escala gigantesca. Y también es innegable que existe un vínculo entre las eras glaciales y las reversiones magnéticas. El hielo ha desempeñado un papel fundamental en casi todas las extinciones de la historia de este planeta. Steven M. Stanley, de la Universidad John Hopkins, afirma que el enfriamiento climático fue el causante de la gran extinción cámbrica, como lo fue en el periodo pérmico, en el devónico, etc. Todavía la mayoría de la gente se asombra ante la sugerencia de que grandes bloques de hielo con un espesor de unos 1,6 km, alguna vez se depositaron sobre las templadas tierras de América del Norte y Europa. Cada vez se han hallaron más evidencias de eras glaciales en todos los continentes, incluso en los tropicales. Se descubrió que los bloques de hielo alguna vez cubrieron vastas áreas de la India tropical y del África ecuatorial. Coleman, una de las mayores autoridades sobre eras glaciales, escribió en su libro “Eras glaciales recientes y antiguas”: “También se descubrió que estas láminas de hielo se distribuyeron aparentemente de una manera caprichosa.Siberia, ahora una de las partes más frías del mundo, no estaba cubierta, tampoco lo estaban la mayor parte de Alaska ni el territorio del Yukón en Canadá, si bien el norte de Europa, con su clima relativamente cálido, se encontraba bajo el hielo a la altura de Londres y Berlín. La mayor parte de Canadá y Estados Unidos estaba cubierta de hielo hasta la altura de Cincinnati y el valle del río Mississippi”.





El profesor J. K.Charlesworth, de la Universidad de Queen, en Belfast, expresa su opinión: “La causa de todos estos cambios, uno de los mayores acertijos en la historia geológica, aún no ha sido develada, a pesar del esfuerzo realizado por generaciones de astrónomos, biólogos, geólogos, meteorólogos y físicos”. Coleman, quien realizó un gran trabajo de campo en África y la India, estudiando las evidencias de las eras glaciales, narra de manera interesante sus experiencias, al hallar signos de un intenso frío, en áreas donde debía ahora domina el abrasante calor del sol tropical: “Una calurosa tarde de comienzos del invierno, a dos grados y medio dentro de la tórrida zona en medio de un entorno tropical, era muy difícil imaginar esta región cubierta, durante miles de años, con miles de pies de hielo. El contraste del presente con el pasado era sorprendente y resultaba fácil ver por qué algunos de los primeros geólogos lucharon tanto tiempo contra la idea de la glaciación en la India a fines del período carbonífero. Después de algunas horas de trepar y martillar bajo el intenso sol africano, a 27° 5 minutos de latitud, sin una gota de agua, juntando piedras estriadas, y una losa de piso pulido de pizarra, me ofrecieron un contraste sumamente impresionante entre el presente y el pasado, pues aunque en el 27 de agosto aún está por comenzar la primavera, el calor es muy igual al que se encuentra en un soleado día de agosto en América del Norte. La luminosidad agobiante y la transpiración hicieron que la idea de pensar en una lámina de hielo de algunos miles de pies de grosor, en ese punto, fuera algo sumamente increíble pero muy atractivo”. Sabemos que las eras glaciales y los desplazamientos de los polos suceden con relativa frecuencia. Y volverá a ocurrir. En la obra “When the Sky Fell”, de Flem Ath, estaba claramente escrito que luego del desastre de la Atlántida se inició la agricultura en diversos lugares del mundo, con los mismos tipos de cultivos y técnicas. Se supone que debían provenir de una civilización común. Albert Slosman, en su libro “El gran cataclismo”, expone algunas interesantes ideas al respecto. En el cataclismo que destruyó la Atlántida, el día de la destrucción, así como la magnitud de la catástrofe, fueron predichos basándose en datos previos. Puede deducirse que el zodiaco se movió de Cáncer a Leo y luego, misteriosamente, se detuvo súbitamente. El campo magnético de la Tierra cambió, el núcleo interno se movió en sentido contrario y el zodíaco, por el que se movía, también cambió de sentido. Y este esel movimiento que aún seguimos en la actualidad. Este gran cataclismo se calcula que se produjo el 27 de julio de 9.792 a.C., cuando se estaba en la Era de Leo y la Tierra se volteó en su eje. Y para confirmarlo, Heródoto escribió: “El Sol se cayó en el mar. Esto es así porque la Tierra empezó a girar en el sentido inverso, tal como sigue haciéndolo en nuestros días”.


Si observamos el movimiento de Venus, podemos ver que hizo un giro de 360 grados. En la religión de los atlantes, esto significó que a partir de ese día, todo debía suceder en la dirección opuesta. Ello significa que el campo magnético de la Tierra había sufrido un vuelco. El Polo Norte se convirtió en el Polo Sur y ello provocó la rotación del interior de la Tierra. A partir de ese día, la precesión tomó la dirección opuesta. Eso es lo que quisieron explicarnos. Cuando el Sol volvió a salir en el horizonte, este era un nuevo horizonte. Los egipcios simbolizaron esto agregando una cruz con asa, que es el símbolo de la vida eterna en Egipto. Este Sol iba a quedarse en su horizonte hasta el día del próximo cataclismo, después del cual, puede empezar un nuevo ciclo de destrucción y renacimiento. Algunos astrónomos hallaron una conexión entre Venus y las Pléyades, así como con el último día del calendario maya. Las Pléyades estaban fuertemente asociadas con el más grande de los dioses celestiales mayas, conocido como Itzamna. Él reinó en los cielos y fue también el dios del eje de la Tierra, que era de gran importancia. Según sabemos ahora, la Tierra en algún momento sufrirá un desplazamiento de su eje. Los mayas creían que hubo una gran destrucción y muerte al final de cada uno de los ciclos anteriores. En el nuevo fin de ciclo, Venus se hundirá bajo el horizonte occidental y al mismo tiempo las Pléyades se elevarán por el horizonte oriental. Simbólicamente hablando, veremos la muerte de Venus y el nacimiento de las Pléyades. En el momento en que el Sol realmente se hunda, Orión se elevará. En un lenguaje figurativo esto nos da un nuevo ciclo de precesión. Cuando la Tierra empiece a girar en sentido contrario, el Este se convertirá en Oeste y las Pléyades y Orión se hundirán, y Venus volverá a surgir en el Este (el Oeste antes del cataclismo), y comenzará un nuevo ciclo. Al cabo de un día, las Pléyades y Orión se elevarán nuevamente en el Oeste (el anterior Este) y se reiniciará un nuevo ciclo de precesión.





Se ha hallado una enorme estatua de un cráneo, esculpido en piedra, en el fondo de la cara occidental de la Pirámide del Sol en Teotihuacán, que extrañamente tiene un aspecto bidimensional. Fue descubierta en el centro, a lo largo del borde de la Avenida de los Muertos, señalando un punto en particular en el horizonte occidental. El arqueoastrónomo Anthony Aveni, de la Universidad Colgate, observó que en aquellos días cuando el Sol pasaba directamente encima de la cabeza, las Pléyades hacían su primera aparición anual antes del ocaso. También descubrió que este enorme cráneo de piedra estaba alineado con el punto preciso en el cual las Pléyades desaparecen bajo el horizonte. En la noche del 12 de agosto, el Sol también se pone en este punto del horizonte. Este es precisamente el aniversario del comienzo del último Gran Ciclo de los mayas, que empezó el 12 de agosto del año 3.114 a.C. En “Los antiguos reinos de México”, Aveni explica que descubrió que la gran Avenida de los Muertos se construyó para mirar el ocaso de las Pléyades, en la época en la cual Teotihuacán fue erigida. Por lo tanto, toda la disposición de Teotihuacán era como un enorme cuadrante de un reloj, en el cual una de sus agujas señalaba hacia el lugar del ocaso de las Pléyades en nuestros días. Cuando uno estudia las tres pirámides de Teotihuacán, a una de las cuales está adosado el cráneo, descubre que también representan las tres principales estrellas del cinturón de Orión. Para los mayas, el Sol, Orión, las Pléyades y Venus eran de una importancia excepcional, por lo que construyeron varios templos con una extrema precisión, con el fin de seguir el recorrido de estos cuerpos celestes. Los egipcios incorporaron a Venus en el código del zodíaco y lo emplearon, como los mayas, para señalar el año de la gran catástrofe. Las Pléyades están asociadas con Seth, quien le infligió el golpe mortal a Orión. En los antiguos textos está claramente escrito que Osiris (Orión) y Seth (las Pléyades) son oponentes entre sí en su lucha por el imperio. En el lenguaje astronómico, esto significa que están en oposición. Más aún, Orión está vinculado con el Sol. En el año 2.012 se argumenta que Orión y el Sol se hallarán en oposición con las Pléyades y Venus. Venus estará entre Escorpio, la Serpiente y Ophiuchus. Según la mitología, Ophiuchus salvó al cazador Orión, aplastando a Escorpio con su pie. Ofiuco u Ophiuchus (el portador de la serpiente) es una de las 88 constelaciones modernas y era una de las 48 listadas por Ptolomeo. Puede verse en ambos hemisferios entre los meses de abril a octubre por estar situada sobre el ecuador celeste.


Al norte de Ofiuco se halla Hércules, al suroeste Sagitario y al sureste Escorpio; al este se encuentran la Cabeza de la Serpiente y Libra, mientras que al oeste quedan Águila, Escudo de Sobieski y Cola de la Serpiente. La constelación queda flanqueada por la Cabeza y la Cola de la Serpiente, que puede ser considerada como una única constelación: Serpiente, que la atraviesa. El conjunto resultante es un hombre rodeado por una serpiente y Libra, mientras que al oeste quedan Águila, el Escudo de Sobieski y Cola de la Serpiente. La constelación queda flanqueada por la Cabeza y la Cola de la Serpiente, que puede ser considerada como una única constelación: Serpiente, que la atraviesa. El conjunto resultante es un hombre rodeado por una serpiente. Una explicación plausible de esto puede hallarse en los acontecimientos durante la desaparición de la Atlántida. Cuando Escorpio apareció en el horizonte occidental, Orión murió en el Este y luego desapareció. En otras palabras: Escorpio le dio un mordisco mortal a Orión, entonces se produjo el cataclismo; el Este se convirtió en el Oeste y viceversa. En el lenguaje astronómico: Orión reapareció en el Oeste sobre el horizonte, mientras Ophiuchus empujaba a Escorpio bajo la tierra, por el Este. Conclusión: Los mayas, al igual que los egipcios, calcularon la misma fecha de final de ciclo. Considerando la gran diferencia de sus respectivas épocas de esplendor y sus distintos calendarios, se trata de algo realmente sorprendente. En el antiguo Egipto, la constelación de Orión era representada por la figura de un hombre caminando; a menudo lo mostraban con su mano levantada, ya sea sosteniendo una cruz de asa (símbolo de la vida eterna en Egipto) o una estrella. Según el egiptólogo E. A. Wallis Budge, el símbolo estelar tiene un significado de “puerta”. Por lo tanto indica que en este lugar, encima de su brazo extendido, hay un “portal estelar” al cielo. Según distintas opiniones, el portal de Orión estará abierto por unos meses antes del final de un ciclo, durante el ciclo de Venus encima de Orión. Se supone que entonces la rotación de la Tierra disminuirá rápidamente, hasta empezar a girar en el sentido opuesto. Dado que ahora gira de Oeste a Este, luego girará de Este a Oeste. Las escrituras de los egipcios señalan que Venus está en una posición específica en el código, el año que la Atlántida fue destruida.





Venus también es importante para los mayas. Leyendo “Las profecías mayas” uno puede percatarse de su importancia. El código de Venus ha sido incorporado en sus escrituras y edificios. En Egipto, existió un complejo subterráneo que Heródoto denominó “El gran laberinto”, pues contenía más de 3.000 habitaciones. Se supone que es allí donde se efectuaron los cálculos astronómicos y donde se guardaron. Pero todavía no se ha encontrado los restos de este laberinto. Los atlantes sabían la fecha exacta de la destrucción de su tierra con 2.000 años de anticipación. Calcularon el fin de la Atlántida, que ahora se encuentra enterrada bajo el hielo del Polo Sur. Según estos cálculos, su civilización se destruiría por la reversión del magnetismo solar, el cual enviaría una nube de partículas cargadas electromagnéticas al espacio. Entonces, los polos colapsarían, se produciría un deslizamiento de la corteza terrestre y le seguiría una gigantesca ola. Si, tal como creemos, la antigua Atlántida poseía una tecnología avanzada, seguramente la tormenta solar y la reversión de los polos destruirían sus equipos de comunicaciones y de alta tecnología. Como resultado, se perderían completamente los conocimientos almacenados. El deslizamiento geológico de la corteza terrestre y una ola gigantesca destruiría las bibliotecas para siempre, si no se había tenido la precaución de guardarlos en lugares seguros. Los sobrevivientes deberían poseer los conocimientos básicos de las ciencias ya que tendrían que partir de cero. Un tema importante es investigar los lapsos de tiempo entre los cataclismos que se han producido a lo largo de la historia. Entre estas preguntas figura la de establecer una relación entre Orión y Venus. En realidad Venus es solo un planeta y aparentemente no parece que tenga que tener nada que ver con los cataclismos. Todo parece indicar que en estos acontecimientos algo tenía que ver el Sol. Si contemplamos los acontecimientos del 9.792 a.C. podemos ver que se describe que “llamas solares encenderán la atmósfera de Venus, como la luz polar, y se tornará tan visible como la Luna, o incluso más todavía, y parte de la atmósfera de Venus explotará en el espacio”. Los mayas describieron estos eventos y consideraron a Venus como un segundo Sol, pero con una cola. Por estas razones, los atlantes, los mayas y los egipcios consideraron a Venus como la señal más importante del cielo.


La conclusión que puede extraerse de esto es que, tanto los mayas como los egipcios, siguieron a Venus porque sabían que se volvería a encender en el cielo cuando se produjera el próximo cataclismo. De ahí su interés por el código Venus-Orión. Venus no es más que un indicador para hallar el año correcto del cataclismo anterior y del siguiente. Pero no tiene ninguna influencia en sí mismo. El código de Venus-Orión se explica en “El libro de los muertos” egipcio. Muestra un increíble relato de sus tradiciones, de su historia y del cataclismo que hizo desaparecer su patria, Aha-Men-Ptah o Atlántida. Nos cuentan las historias de una ciencia secreta, la cual explica cómo el Sol afecta la vida sobre la tierra. Albert Slosman dijo que la catástrofe anterior había sido predicha basándose en eventos anteriores. En ese año, la Atlántida desapareció parcialmente bajo lo que entonces era el Polo Norte (Polo Sur ahora). A esto le siguió una impresionante ola. ¿Habrá hecho Venus en esa ocasión, un giro encima de Orión? Pudimos contestar esta pregunta en septiembre de 2.000, porque esto sucedió en el año 21.312 a.C. y los últimos programas astronómicos solo llegan hasta el 100.000 a.C. En el año 21.312 a.C., Venus no hizo un giro encima de Orión. Asimismo, en 29.808 a.C. se produjo una reversión polar y, nuevamente, Venus no hizo un giro encima de Orión. Los egipcios y los mayas usaron estas observaciones del planeta Venus para hallar una conexión que relacionase los cataclismos. El número de Venus es 584, que es el ciclo sinódico de Venus en días. La órbita de la Tierra está relacionada con otras dos órbitas, las de Venus y Mercurio. Esto hace que la Tierra y Venus se encuentren cada cierto tiempo al mismo lado del Sol: cada 584 días que son 2,6 órbitas de Venus y 1,6 órbitas de la Tierra (equivalentes a 1,6 años terrestres). Este periodo define lo que se llama el Ciclo Sinódico de Venus visto desde la Tierra (5 ciclos sinódicos forman un ciclo mayor, el Ciclo llamado Pentagonal). La órbita de Venus está inclinada 3.5 grados con respecto a la de la Tierra, con lo que a veces, desde el punto de vista de la Tierra, cuando Venus pasa entre la Tierra y el Sol, lo hace por encima del Sol y otras por debajo, y algunas veces pasa justo entre la línea formada por la Tierra y el Sol. Entonces, desde la Tierra, algunas personas con sus telescopios especiales apuntan al Sol y observan un puntito negro cruzando en trayectoria oblicua. Es Venus, y a ese fenómeno se le llama “Tránsito de Venus”.





Los ciclos sinódicos del planeta Venus alrededor de la Tierra muestran fluctuaciones marginales en la duración, entre 581 y 587 días. Tanto los mayas como los egipcios eran adoradores del Sol. Toda su cultura estaba basada en este astro. Para ello había una razón importante: el Sol no solo les otorgaba la vida, sino también la muerte. Es exactamente esta dualidad la que les hizo adorar nuestra estrella dorada. También sabemos de la importancia que tiene el Sol. Por dar tan sólo un simple ejemplo, digamos que un cielo nublado puede afectar al turismo y un calor abrasador puede causar catastróficas sequías y destruir los cultivos. Los astrónomos ahora están comenzando a darse cuenta de que los ciclos de las manchas solares podrían ser la raíz de todo esto. Nuestro conocimiento de la correlación entre el ciclo solar de once años y la temperatura promedio en la Tierra, ha aumentado con el paso de los años. Parece evidente que el clima sobre la Tierra está relacionado con la cantidad de manchas solares. Uno de los ejemplos más notables es el periodo que va desde el año 1.650 al 1.710, cuando virtualmente no hubo manchas solares visibles. Los astrónomos denominan a este periodo el “mínimo incoherente” (ver los artículos sobre “las edades glaciares en la Tierra”). En ese mismo periodo hizo más frió que lo normal en nuestra región. Los meteorólogos también lo llaman la Pequeña Era Glacial. Las manchas solares son asombrosas. Forman áreas relativamente frías en la superficie y sólo parecen oscuras porque el resto de la superficie solar es más tórrido y brillante que las manchas. Dentro de una de ellas, la temperatura es apenas menor a los 4.000 grados, lo suficientemente fría para hacer la mancha aparentemente más oscura, debido al contraste con el entorno. La disminución de la temperatura está causada por su fuerte campo magnético, el cual aparentemente es 10.000 veces más fuerte que el campo magnético de los polos de la Tierra. Este magnetismo detiene el movimiento ascendente que, en otras partes del Sol, transporta energía a la superficie. Como resultado, una cantidad menor de energía alcanza la superficie donde se encuentra la mancha. Una mancha solar es un fenómeno temporal. Las más pequeñas sólo existen unas pocas horas o unos pocos días y las más grandes pueden durar de semanas a meses. Algunas de ellas, incluso, son tan grandes que son visibles. Las manchas solares aparecen y desaparecen según un ritmo determinado.


Al comienzo del ciclo, las manchas aparecen en las proximidades de los “polos” del Sol. Durante el ciclo aparecen más cerca del “ecuador”. Después de eso, generalmente justo antes del final del ciclo, aparecen más alrededor de los polos. Pero el ciclo no se produce con regularidad, hay altibajos. Entre 1.954 y 1.965, por ejemplo, se vieron muchas manchas. Estas se muestran en pares. Ambos componentes tienen un campo magnético opuesto, como si apareciera una gigantesca “herradura imantada” en la superficie solar. Obviamente, no es este el caso, pues hay fuertes corrientes eléctricas en el interior del Sol, que provocan los campos magnéticos. Se denomina área de actividad al grupo de manchas y su entorno, porque sucede mucho más allá de la aparición de las manchas. Innumerables arcos de gas destruyen la superficie solar. Estos arcos o giros adquieren su forma característica a raíz de sus fuertes campos magnéticos, causados por las corrientes eléctricas, que poseen una fuerza de diez mil millones de amperes. Los giros son signos externos de estos gigantescos torrentes que se mueven por las manchas solares. La actividad solar es un fenómeno más o menos periódico. Durante siglos de estudio, la gente ha descubierto que el Sol alcanza un mínimo y un máximo en un período de once años, y a este período se lo denomina ciclo solar. En el año 1.610. Galileo fue la primera persona de la historia conocida que utilizó un telescopio para efectuar estudios astronómicos. Él vio que eran manchas y no planetas las que se movían alrededor del Sol, porque al contrario de lo que acontece con Mercurio y Venus, que pasan por el Sol de vez en cuando, no eran constantes sino cambiantes todo el tiempo, tanto en número como en ubicación sobre la superficie solar. Después de este descubrimiento, la gente tuvo datos medianamente fiables sobre la cantidad de manchas solares. El “mínimo incoherente” mencionado desde 1.650 hasta 1.710, y la fuerte variación a lo largo de los siglos, son asombrosos. La comparación con el cambio en la temperatura promedio de la Tierra, muestra un marcado parecido entre los picos más altos y más bajos.





La actividad del Sol exhibe variaciones en el ciclo de once años. Hay ciclos largos y cortos; el período más largo entre dos picos fue de 17,1 años (1.788 – 1.805), y el más corto fue de 7,3 años (1.829 – 1.837). También hay ciclos con una intensidad máxima, grande y pequeña. Por ejemplo, en 1.952 y 1.989, el Sol mostró una pesada actividad con violentas erupciones. Por otra parte, en 1.962 no pudo verse casi nada sobre el Sol, ya que estuvo muy quieto. La mayor sorpresa para los expertos solares se produjo en 1.996. Según la teoría, este debió ser un período de calma entre dos ciclos, pero la naturaleza decidió lo contrario. En la primavera de ese año, el satélite Anik E-1 se tornó inutilizable, y la razón fue los daños provocados por la tormenta. Enormes llamas solares lanzaron al espacio millones de toneladas de partículas que se estrellaron contra la atmósfera terrestre, la cual las devolvió parcialmente al espacio. Como se trataba de una masa increíblemente grande, billones de partículas lograron abrirse camino, y así, el resultado final para este satélite sumamente costoso fue lamentable. Ningún astrónomo esperaba que se produjese esto, pues pensaron que el Sol sólo evidenciaba este tipo de comportamiento en el punto máximo de su ciclo. Obviamente, no era el caso; el Sol también podía padecer anomalías durante los periodos de calma. Este es un punto muy importante. Si aplicamos el ciclo de once años, el mismo debería estar declinando abruptamente a fines del año 2.012. Los expertos dicen que de ninguna manera podría producirse una supertormenta capaz de revertir el campo magnético de la Tierra. Al ver lo que ha sucedido, esta teoría no es confiable ahora. También, el ciclo de las manchas solares puede ser más largo o más corto, resultando en una coincidencia “máxima” de la fecha predicha por los mayas y los antiguos egipcios. Es una prueba suficiente para no desechar la antigua sabiduría de estos científicos extraordinarios. Sabemos acerca del ciclo de las manchas solares mucho menos que los atlantes. Durante miles de años ellos lo estudiaron, aplicando una teoría que ningún moderno experto en temas solares conoce. Basándose en esa teoría pudieron predecir con toda exactitud el comportamiento del Sol. Los mayas y los antiguos egipcios tenían números extremadamente precisos con respecto al tiempo que tarda la Tierra para realizar una revolución alrededor del Sol.


Estos últimos días viene circulando una noticia que dice que una colisión con un asteroide amenaza a la Tierra el 15 de febrero de 2013. Si el asteroide 2012 DA14, localizado hace unos días, impactara a nuestro planeta, la magnitud de la catástrofe será comparable con la caída del supuesto meteorito de Tunguska, en Rusia, advierten los científicos. El asteroide 2012 DA14 fue encontrado el pasado 23 de febrero de 2012 por astrónomos del Observatorio Español de La Sagra. Luego, sus datos fueron confirmados por científicos franceses, italianos y norteamericanos. Según sus cálculos, la órbita del asteroide, con un diámetro de entre 40 y 95 metros, cruzará la órbita terrestre. Los astrónomos han calculado que el 15 de febrero de 2013, el asteroide va a pasar a solo 26.900 kilómetros de nuestro planeta, que es inferior a las órbitas de los satélites geoestacionarios, como el Hispasat, ubicado a cerca de 35.000 kilómetros de la superficie terrestre. El científico ruso Pulkovo Víctor Lvov, dijo que el 2012 DA14 pertenece al tipo de asteroides que periódicamente se acerca a nuestro planeta. Cálculos preliminares, a las 19:25 (GMT) del 15 de febrero de 2013 el cuerpo celeste se acercará a nuestro planeta a unos 26.900 kilómetros. Estos son objetos que se mueven de vez en cuando cerca de la Tierra. Ahora es imposible predecir que pasará en el encuentro con la Tierra del 2012 DA14. “Nuevas observaciones permitirán refinar los datos orbitales y saber con precisión el destino de este objeto“, dijo el científico ruso. “Aunque el asteroide 2012 DA14, en caso de impactar la Tierra, no dará lugar a la muerte de todos los seres vivos, la escala puede ser comparable a la catástrofe de Tunguska en 1908“, agregó. El cuerpo celeste pertenece a la familia de los asteroides de Apolo, cuyas órbitas se cruzan con la terrestre. Alrededor de dos tercios de los asteroides conocidos que se acercan a la Tierra son de este tipo. Los astrónomos seguirán recopilando datos sobre 2012 DA14 y precisando la información sobre su trayectoria. De acuerdo con los cálculos de los astrónomos, los asteroides grandes pueden caer en la Tierra cada 100 mil años. En casos excepcionales, pueden plantear una amenaza a la existencia de vida en nuestro planeta, como lo fue durante la extinción masiva de los dinosaurios hace unos 65 millones de años.





En promedio, un objeto del tamaño de un coche entrará en la atmósfera de la Tierra, por lo menos una vez al año, produciendo una espectacular bola de fuego en el cielo. Y cada 2.000 años un objeto del tamaño de un campo de fútbol impactará la Tierra, causando importantes daños locales. Y luego, cada pocos millones de años, una roca con un diámetro de kilómetros, chocará con el planeta produciendo efectos globales. A la miércoles su máximo acercamiento a la Tierra en cuatro años, otra roca especial más pequeña ha hecho lo propio y se nos ha aproximado mucho más de lo que lo hará Tutatis. Se trata del nuevo asteroide 2012 XE54, que se ha presentado entre la Tierra y la órbita de la Luna a una distancia inferior a 384.000 kilómetros, sin ningún peligro para nosotros, según el Observatorio Remanzacco (Italia). Los astrónomos han podido observar la roca, de 28 metros de diámetro, moviéndose a una velocidad de 16 metros por minuto. Además, el asteroide ha creado un eclipse por la sombra de la Tierra. Pasquale Tricarico, del Instituto de Ciencias Planetarias en Tucson, Arizona, predijo que la roca pasaría a través de la sombra de la Tierra, creando un eclipse de asteroide, un fenómeno similar a un eclipse de la luna llena por la sombra de la Tierra. Después llegará Tutatis, del tamaño de una montaña y 5 km de diámetro, nada menos que la mitad del asteroide que supuestamente mató a los dinosaurios hace 65 millones de años. Tutatis, con forma parecida a un tubérculo, tiene un aspecto irregular y un comportamiento igualmente extravagante. Por ejemplo, realiza una rotación doble. Gira sobre sí mismo en dos ciclos alternados de 5,4 días y 7,3 días. Nos visita cada cuatro años. En 2004, lo tuvimos a tan solo 1,55 millones de kilómetros. En esta ocasión se situará a 6,9 millones de kilómetros (18 distancias lunares). Afortunadamente, no hay peligro de impacto… al menos durante cientos de años. Tutatis será apenas perceptible con binoculares, pero los grandes telescopios podrán seguir su trayectoria a la perfección. Si quiere observarlo, el telescopio robótico Slooh Space Camera cubrirá la aproximación online esta noche desde las 21.00 horas con imágenes obtenidas desde las islas Canarias y Arizona. Otra preocupación mayor es el asteroide Apophis, que se puede encontrar con la Tierra en el 2036. Ese cuerpo celeste se acercará a nuestro planeta el 13 de abril del 2029 a una distancia de solo 37 a 38 mil kilómetros. Pero incluso después de 7 años, 13 de abril de 2036, Apophis se acercará a la Tierra a una distancia peligrosa, pudiendo tropezar con ella.

G. K. Gilbert, de la Universidad de Columbia, reprodujo a pequeña escala los efectos de las colisiones tirando canicas en bandejas de harina de avena. De este experimento, Gilbert extrajo, no se sabe cómo, la revolucionaria conclusión de que los cráteres de la Luna se debían en realidad a colisiones, pero no los de la Tierra. La mayoría de los científicos se negaron a tomarlo en consideración. Para ellos los cráteres de la Luna eran testimonio de antiguos volcanes y nada más. Los pocos cráteres de los que había pruebas en la Tierra, ya que la erosión había acabado con la mayoría de ellos, se atribuían en general a otras causas o se consideraban rarezas casuales. En la época en que Eugene Merle Shoemaker, uno de los fundadores del campo de las ciencias planetarias empezó a investigar, era una idea bastante extendida que el Cráter del Meteorito, situado a 55 km al este de la ciudad de Flagstaff, en el norte de Arizona, Estados Unidos, se había formado por una explosión subterránea de vapor. Shoemaker no sabía nada sobre explosiones subterráneas de vapor, pero sabía todo lo que había que saber sobre zonas de explosión. Uno de los primeros trabajos que había hecho, al salir de la universidad, había sido un estudio de los anillos de explosión de la zona de pruebas nucleares en Yucca Flats, Nevada. Llegó a la conclusión, como Barringer antes que él, de que en el Cráter del Meteorito no había nada que indicase actividad volcánica, pero había gran cantidad de otro tipo de materiales (principalmente sílices anómalos y magnetita), lo que sugería la colisión de un aerolito procedente del espacio exterior. Intrigado, empezó a estudiar el asunto en su tiempo libre. Así pues, con la ayuda de su colega Eleanor Helin, y más tarde de su esposa Carolyn y de su colega David Levy, inició una investigación sistemática del sistema solar. Pasaban una semana al mes en el Observatorio Monte Palomar, en California, buscando objetos, principalmente asteroides, cuyas trayectorias les hiciesen atravesar la órbita de la Tierra. “En la época en que empezamos, sólo se habían descubierto poco más de una docena de estos objetos en todo el proceso de observación astronómica” recordaba Shoemaker años más tarde en una entrevista que le hicieron en la televisión. Y añadió: “Los astrónomos abandonaron prácticamente el sistema solar en el siglo XX. Tenían centrada la atención en las estrellas, en las galaxias”. Lo que descubrieron Shoemaker y sus colegas fue que había muchísimo más peligro allá fuera del que nunca nadie había imaginado.





Los asteroides, como la mayoría de la gente sabe, son objetos rocosos que orbitan en formación un tanto imprecisa en un cinturón situado entre Marte y Júpiter. En las ilustraciones se les representa siempre en un revoltijo, pero lo cierto es que el sistema solar es un lugar espacioso y el asteroide medio se halla en realidad a un millón y medio de kilómetros o así de su vecino más próximo. Nadie conoce ni siquiera el número aproximado de asteroides que andan dando tumbos por el espacio, pero se considera probable que haya mil millones de ellos como mínimo. Se supone que son un planeta que se desintegró debido a la atracción gravitatoria desestabilizadora de Júpiter. Aunque hay muchas otras ideas al respecto. Cuando empezaron a detectarse asteroides a inicios del siglo XIX (el primero lo descubrió un siciliano llamado Giuseppe Piazzi) se creyó que eran planetas, y se llamó a los dos primeros Ceres y Palas. Hicieron falta algunas deducciones inspiradas del astrónomo William Herschel para descubrir que no eran ni mucho menos del tamaño de los planetas sino mucho más pequeños. Herschel los llamó asteroides (del griego asteroeidés, como estrellas) lo que era algo desacertado, pues no se parecen en nada a las estrellas. Ahora se los llama a veces, con mayor exactitud, planetoides. Encontrar asteroides se convirtió en una actividad popular durante el siglo XIX y a finales de este siglo se conocían unos mil. El problema era que nadie se había dedicado a registrarlos sistemáticamente. A principios de la década de 1900, resultaba a menudo imposible saber ya si un asteroide que se hacía visible de pronto era nuevo o había sido observado antes y se había perdido luego su rastro. La astrofísica había progresado tanto por entonces que eran pocos los astrónomos que querían dedicar su vida a algo tan vulgar como unos planetoides rocosos. Sólo unos cuantos, entre los que se destacó Gerard Kuiper, un astrónomo de origen holandés al que se honró bautizando con su nombre el cinturón Kuiper de cometas, se tomaron algún interés por el sistema solar. Gracias al trabajo de Kuiper en el Observatorio McDonald de Texas, y luego al de otros astrónomos delCentro de Planetas Menores de Cincinnati y del proyecto Spacewatch de Arizona, la larga lista de asteroides fue reduciéndose progresivamente hasta que, cerca ya del final del siglo XX, sólo había sin fiscalizar un asteroide conocido, un objeto denominado 719 Albert. Se le vio por última vez en octubre de 1911 y volvió a localizarse por fin en el año 2000, después de estar 89 años perdido.


Así que, desde el punto de vista de la investigación de asteroides, el siglo XX no fue básicamente más que un largo ejercicio de contabilidad. Hasta estos últimos años, no empezaron los astrónomos a contar y a vigilar el resto de la comunidad asteroidal. En julio de 2001 se habían bautizado e identificado 26.000 asteroides, la mitad de ellos en sólo los dos años anteriores. La cuenta, con más de mil millones de ellos por identificar; es evidente que no ha hecho más que empezar. En cierto sentido casi no importa. Identificar un asteroide no lo hace más seguro. Aunque todos los que hay en el sistema solar tuviesen una órbita y un nombre conocidos, nadie podría decir qué perturbaciones podrían lanzar cualquiera de ellos hacia nosotros. Ni siquiera en nuestra propia superficie podemos prever las perturbaciones de las rocas. Pon esas rocas a la deriva por el espacio y no hay manera de saber lo que podrían hacer. Podemos considerar la órbita de la Tierra como una especie de autopista en la que somos el único vehículo, pero que la cruzan regularmente peatones tan ignorantes que no miran siquiera antes de lanzarse a cruzan. El 90 % como mínimo de esos peatones es completamente desconocido para nosotros. No sabernos dónde viven, qué horario hacen, con qué frecuencia se cruzan en nuestro camino. Lo único que sabemos es que, en determinado momento, a intervalos imprecisos, se lanzan a cruzar por donde vamos nosotros a más de 100.000 kilómetros por hora. Tal como ha dicho Steven Ostro, del Laboratorio de Propulsión jet: «Supón que hubiese un botón que pudieses accionar e iluminar al hacerlo todos los asteroides que cruzan la Tierra mayores de unos diez metros: habría más de cien millones de esos objetos en el cielo». En suma, verías un par de miles de titilantes estrellas lejanas, pero millones y millones y millones de objetos más próximos moviéndose al azar; «todos los cuales pueden colisionar con la Tierra y todos los cuales se mueven en cursos ligeramente distintos atravesando el cielo a diferentes velocidades. Sería profundamente inquietante». En fin, inquiétate, porque es algo que está ahí. Sólo que no podemos verlo. De todos modos parece que tenemos algún tipo de Ángel de la Guarda, que nos protege.





Se piensa en general, aunque no es más que una conjetura basada en extrapolar a partir de los cráteres de la Luna, que cruzan regularmente nuestra órbita unos dos mil asteroides lo suficientemente grandes para constituir una amenaza para la vida civilizada, Pero incluso un asteroide pequeño (del tamaño de una casa, por ejemplo) podría destruir una ciudad. El número de estos pequeños asteroides que hay en órbitas que cruzan la Tierra es casi con seguridad de cientos de miles y posiblemente millones, y es casi imposible rastrearlos. No se localizó el primero hasta 1991, y se hizo después de que había pasado ya. Se le llamó 1991 BA y se detectó cuando estaba ya a una distancia de 170.000 kilómetros de nosotros; en términos cósmicos el equivalente a una bala que le atravesase a uno la manga sin tocar el brazo. Dos años después pasó otro, un poco mayor, que erró el blanco por sólo 145.000 kilómetros; el que ha pasado hasta ahora más cerca de los que se han detectado. No se vio tampoco hasta que había pasado ya que había llegado sin previo aviso. Según decía Timothy Ferris en New Yorker, probablemente haya dos o tres veces por semana otros que pasan igual de cerca y que no detectamos. Un objeto de un centenar de metros de ancho no podría captarse con ningún telescopio con base en la Tierra hasta que estuviese a sólo unos días de nosotros, y eso únicamente en el caso de que diese la casualidad de que se enfocase un telescopio hacia él, cosa improbable porque es bastante pequeño, incluso hoy en día, el número de personas que buscan esos objetos. Se dice con cierta sorna que el número de personas que hay en el mundo que están buscando activamente asteroides es menor que el personal de un restaurante McDonald corriente. Mientras Gene Shoemaker intentaba convencer a la gente del número de peligros potenciales provenientes del interior del sistema solar, había otro acontecimiento, sin ninguna relación en apariencia, que se estaba desarrollando discretamente en Italia. Era el trabajo de un joven geólogo delLaboratorio Lamont Doherty de la Universidad de Columbia.


A principios de los años setenta, Walter Álvarez estaba haciendo trabajo de campo en un bonito desfiladero conocido comoGarganta Bottaccione, cerca de Gubbio, un pueblo de montaña de la Umbría, cuando despertó su curiosidad una delgada banda de arcilla rojiza que dividía dos antiguas capas de piedra caliza, una del periodo Cretácico y la otra del Terciario. Este punto se conoce en geología como la frontera KT (según la fuente, la K procede bien del griego kreta o bien del alemánKreíde. Las dos significan oportunamente caliza o Creta, que es también de donde viene cretáceo), que señala el periodo, de hace unos 6 millones de años, en que los dinosaurios y aproximadamente la mitad de las otras especies de animales del mundo se esfumaron bruscamente del registro fósil. Álvarez se preguntó qué podría explicar una fina lámina de arcilla, de apenas seis milímetros de espesor, de un momento tan dramático de la historia de la Tierra. Por entonces, la explicación oficial de la extinción de los dinosaurios era la misma que había sido un siglo atrás, en tiempos de Charles Lyell; es decir, que los dinosaurios se habían extinguido a lo largo de millones de años. Pero la delgadez de la capa parecía indicar que en la Umbría, por lo menos, había sucedido algo más brusco. Por desgracia, en la década de los setenta, no existía ningún medio de determinar el tiempo que podía haber tardado en acumularse un depósito como aquél. En el curso normal de las cosas, es casi seguro que Álvarez habría tenido que dejar el asunto en eso; pero, afortunadamente tenía una relación muy especial con alguien ajeno a la disciplina que podía ayudar: se trataba de su padre, Luis. Luis Álvarez, que era un eminente físico nuclear y había conseguido el premio Nobel de Física en la década anterior. Siempre se había burlado un poco del apego de su hijo a las rocas, pero aquel problema le intrigó. Se le ocurrió la idea de que la respuesta podía estar en polvo procedente del espacio. La Tierra acumula todos los años unas 30.000 toneladas de polvo del espacio, que sería muchísimo si lo amontonases, pero que es infinitesimal si se esparce por todo el globo. Ese fino polvo está salpicado de elementos exóticos que apenas se encuentran normalmente en la Tierra. Entre ellos está el elemento iridio, que es un millar de veces más abundante en el espacio que en la corteza terrestre (se cree que porque la mayor parte del iridio del planeta se hundió hasta el núcleo cuando el planeta era joven).


Luis Álvarez sabía que un colega suyo del Laboratorio Lawrence Berkeley de California, Frank Asaro, había ideado una técnica para determinar con mucha exactitud la composición química de las arcillas mediante un proceso llamado análisis de activación electrónica. Entrañaba bombardear con neutrones en un pequeño reactor nuclear y contar minuciosamente los rayos gamma que se emitiesen; era una tarea extremadamente delicada. Asaro había utilizado antes esa técnica para analizar piezas de alfarería, pero Álvarez pensó que si determinaban la cuantía de uno de los elementos exóticos en las muestras de suelo de su hijo y lo comparaban con su tasa anual de deposición, sabrían lo que habían tardado en formarse las muestras. Una tarde del mes de octubre de 1977, Luis y Walter Álvarez fueron a ver a Asaro y le preguntaron si podía hacerles los análisis que necesitaban. Era una petición bastante especial, ya que pedían a Ásaro que dedicara meses a hacer unas laboriosas mediciones de muestras geológicas sólo para confirmar lo que, en principio, parecía absolutamente obvio: que la fina capa de arcilla se había formado con tanta rapidez como indicaba su escaso grosor. Desde luego, nadie esperaba que el estudio aportara ningún descubrimiento espectacular. El 21de junio de 1978, a las 13:45, pusieron una muestra en el detector. Al cabo de 124 minutos se dieron cuenta de que estaban obteniendo resultados interesantes. En realidad, los resultados fueron tan inesperados que los tres científicos creyeron al principio que tenían que haberse equivocado. La cuantía de iridio de la muestra de Álvarez era más de trescientas veces superior a los niveles normales… muchísimo más de lo que podrían haber predicho. Durante los meses siguientes, Asaro y su colega Helen Michel trabajaron hasta treinta horas seguidas -«En cuanto empezabas ya no podías parar», explicó Asaro- analizando muestras, siempre con los mismos resultados. Los análisis de otras muestras (de Dinamarca, España, Francia, Nueva Zelanda, o la Antártida) indicaban que el depósito de iridio tenía un ámbito planetario y era muy elevado en todas partes, en algunos casos, hasta quinientas veces los niveles normales. No cabía duda de que la causa de aquel pico fascinante había sido algo grande, brusco y probablemente catastrófico.





Después de pensarlo mucho, los Álvarez llegaron a la conclusión de que la explicación más plausible era que había caído en la Tierra un asteroide o un cometa. La idea de que la Tierra podría hallarse sometida a colisiones devastadoras de cuando en cuando no era tan nueva como se dice. Un astrofísico de la Universidad Northwestern, llamado Ralph B. Baldwin, había planteado ya en 1942esa posibilidad en un artículo publicado en la revista Popular Astronomy. Dos científicos bien conocidos, el astrónomo Ernst Ópik y el químico y premio Nobel Harold Urey, habían dicho también en varias ocasiones que apoyaban la idea. En 1956, el profesor de la Universidad Estatal de Oregón, M. W De Laubenfels, se anticipaba en realidad a la teoría de los Álvarez al comentar, en un artículo publicado en “Journal of Paleontology”, que los dinosaurios podrían haber sufrido un golpe mortal por un impacto procedente del espacio. Y, en 1970, el presidente de la Sociedad Paleontológica Americana, Dewey J. McLaren, planteó en la conferencia anual de la institución la posibilidad de que un acontecimiento anterior, conocido como la extinción frasniana, se hubiese debido al impacto de un objeto extraterrestre. Para resaltar hasta qué punto la idea no era novedosa, unos estudios de Hollywood hicieron en 1979 una película titulada Meteorito en que se decía:«Mide ocho kilómetros de ancho… Se está acercando a 48.000 kilómetros por hora… ¡Y no hay donde esconderse! ». Así que, cuando en la primera semana de 1980, en una asamblea de la Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia, los Álvarez comunicaron que creían que la extinción de los dinosaurios no se había producido a lo largo de millones de años como parte de un proceso lento e inexorable, sino de forma brusca en un solo acontecimiento explosivo, no debería haber causado ninguna conmoción. Pero la causó. Se consideró en todas partes, pero sobre todo en el mundo de la paleontología, una herejía escandalosa. Asaro lo explica de la siguiente manera: «En fin, tienes que recordar que éramos aficionados en ese campo. Walter era geólogo especializado en paleomagnetismo; Luis era físico y yo era químico nuclear Y de pronto, estábamos allí diciéndoles a los paleontólogos que habíamos resuelto un problema que ellos no habían conseguido resolver. Así que no es tan sorprendente que no lo aceptaran de inmediato». Como decía bromeando Luis Álvarez: «Nos habían pillado practicando la geología sin licencia».


Pero había también algo mucho más profundo y fundamentalmente más terrible en la teoría del impacto. La creencia de que los procesos terrestres eran graduales había sido algo básico en la historia natural desde los tiempos de Lyell. En la década de los ochenta, el catastrofismo llevaba tanto tiempo pasado de moda que se había convertido literalmente en algo impensable, Como comentaría Eugene Shoemaker, casi todos los geólogos consideraban «contraria a su religión científica» la idea de un impacto devastador. No ayudaba precisamente el que Luis Álvarez se mostrase claramente despectivo con los paleontólogos y con sus aportaciones al conocimiento científico. «No son muy buenos científicos, en realidad. Parecen más coleccionistas de sellos», escribió en un artículo del New York Times. Los adversarios de la teoría de los Álvarez propusieron muchas explicaciones alternativas a los depósitos de iridio. Por ejemplo, que se debían a prolongadas erupciones volcánicas en la India llamadas las traps del Decán (trap se deriva de una palabra sueca que designa un tipo de lava; Decán es el nombre que tiene hoy la región), e insistían sobre todo en que no existían pruebas de que los dinosaurios hubiesen desaparecido bruscamente del registro fósil en la frontera del iridio. Uno de los adversarios más firmes fue Charles Offícer del Colegio Dartmouth. Insistió en que el iridio había sido depositado por la acción volcánica, aunque admitiese en una entrevista de prensa que no tenía pruebas concretas de ello. Más de la mitad de los paleontólogos estadounidenses con quienes se estableció contacto en una encuesta seguían creyendo, todavía en 1988, que la extinción de los dinosaurios no tenía ninguna relación con el impacto de un asteroide o un cometa. Lo único que podía apoyar con la mayor firmeza la teoría de los Álvarez era lo único que ellos no tenían: una zona de impacto. Aquí es donde interviene Eugene Shoemaker, que tenía familia en Iowa (su nuera daba clases en la Universidad de Iowa) y conocía bien el cráter de Manson por sus propios estudios. Gracias a él, todas las miradas se concentraron entonces en Iowa.





La geología es una profesión que varía de un sitio a otro. Iowa, un estado llano y poco interesante estratigráficamente, es en general un medio bastante tranquilo para los geólogos. No hay picos alpinos ni glaciares. No hay grandes yacimientos de petróleo y de metales preciosos, ni rastros de un caudal piroclástico. Si eres geólogo y trabajas para el estado de Iowa, buena parte de tu trabajo consistirá en evaluar los planes de control de estiércol que tienen obligación de presentar periódicamente todas las «empresas de confinamiento animal» (criadores de cerdos) del estado. En Iowa hay 15 millones de cerdos y, por tanto, muchísimo estiércol que controlar. Aunque es una tarea vital y progresista, que mantiene limpia el agua de Iowa, no es lo mismo que esquivar bombas de lava en el monte Pinatubo o que andar entre las grietas de un glaciar en la capa de hielo de Groenlandia buscando cuarzos antiguos con restos de seres vivos. Así que es fácil imaginar la corriente de emoción que recorrió el Departamento de Recursos Naturales de Iowa cuando, a mediados de los años ochenta, la atención del mundo de la geología se concentró en Manson y en su cráter. Trouhridge Hall, en Iowa City, es un edificio de ladrillo rojo, que data del cambio de siglo y que alberga el departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Iowa y, arriba, en una especie de buhardilla, a los geólogos del Departamento de Recursos Naturales de Iowa. Nadie recuerda ahora exactamente cuándo se instaló a los geólogos del estado en un centro académico, y aún menos por qué, pero da la sensación de que se les concedió ese espacio a regañadientes porque las oficinas están atestadas y son de techo bajo y muy poco accesibles. Cuando te indican el camino, casi esperas que acaben sacándote a una cornisa y ayudándote luego a entrar por una ventana. Ray Anderson y Brian Witzke pasan sus horas de trabajo allá arriba entre montones desordenados de artículos, revistas, mapas plegados y grandes especímenes líticos. Según Witzke: “Gene Shoemaker era un gran tipo. Si no hubiese sido por él, no habría podido ponerse en marcha el asunto. Incluso con su apoyo costó dos años organizarlo y echarlo adelante”. Así que se estableció un acuerdo de colaboración entre el Servicio Geológico de Iowa y el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS).


Uno de los momentos críticos se produjo en la asamblea anual de la Unión Geofísica Americana en 1985, cuando Glenn lzett y C. L. Pilímore del USGS comunicaron que el cráter de Manson tenía la edad justa para haber estado relacionado con la extinción de los dinosaurios. La noticia atrajo bastante la atención de la prensa, pero desgraciadamente era prematura. Un examen más meticuloso de los datos reveló que Manson no sólo era demasiado pequeño, sino que era además nueve millones de años más antiguo. Anderson y Witzke recibieron la primera noticia de este revés para sus carreras al llegar a una conferencia en Dakota del Sur y ver que la gente salía a su encuentro y les miraba con lástima y les decía: «Ya nos hemos enterado de que habéis perdido vuestro cráter». Era la primera noticia que tenían de que Izett y los demás científicos del USGS acababan de comunicar que se habían repasado los datos y que se había llegado a la conclusión de que Manson no podía haber sido en realidad el cráter de la extinción. La búsqueda se trasladó a otros lugares. En 1990 uno de los investigadores, Alan Hildebrand de la Universidad de Arizona, se encontró por casualidad con un periodista del Houston Chronicle que se había enterado de que había una formación anular grande e inexplicable, de 193 kilómetros de anchura y 48 de profundidad, debajo de la península de Yucatán, en Chicxulub (México), cerca de la ciudad de Progreso, unos 950 kilómetros al sur de Nueva Orleáns. Había sido Pemex, la empresa petrolera mexicana, quien había encontrado la formación en 1952(precisamente el año en que Gene Shocmaker había visitado por primera vez el Cráter del Meteorito de Arizona), pero los geólogos de la empresa habían llegado a la conclusión de que se trataba de un fenómeno volcánico, de acuerdo con los criterios de la época. Hildebrand fue hasta allí y llegó enseguida a la conclusión de que habían encontrado el cráter. A principios de 1991, se había demostrado a satisfacción de casi todos que Chicxulub era el lugar del impacto. Aun así, mucha gente no entendía bien lo que podía hacer un impacto. Como explicaba Stephen Jay Gould en un artículo: «Recuerdo que albergaba algunas fuertes dudas iniciales sobre la eficacia de un acontecimiento de ese tipo… ¿por qué un objeto de unos diez kilómetros de anchura habría de causar un desastre tan grande en un planeta con un diámetro de casi trece mil?». Poco después surgió oportunamente una prueba natural de la teoría cuando los Shoemaker y Levy descubrieron el cometa Shoemaker-Levy (nombrado así en su honor), y se dieron cuenta de que se dirigía a Júpiter Los seres humanos podrían presenciar por primera vez una colisión cósmica… y presenciarla muy bien gracias al nuevo Telescopio Espacial Hubble.





Casi todos los astrónomos esperaban poco, según Curtis Peebles. Sobre todo porque el cometa no era una esfera compacta sino una conjunto de fragmentos. Una semana antes de la colisión, Nature publicó el artículo «Se acerca el gran fracaso», en el que se decía que el impacto sólo iba a producir una lluvia meteórica. Los impactos se iniciaron el 16de junio de 1994, duraron una semana y fueron muchísimo mayores de lo que todos habían esperado (con la posible excepción de Gene Shoemaker). Un fragmento llamado Núcleo G impactó con la fuerza de un unos seis millones de megatones, 75 veces el arsenal nuclear que existe actualmente en nuestro planeta. Núcleo G era sólo del tamaño aproximado de una montaña pequeña, pero hizo heridas en la superficie joviana del tamaño de la Tierra. Era el golpe definitivo para los críticos de la teoría de los Álvarez. Luis Álvarez no llegó a enterarse del descubrimiento del cráter de Chicxulub ni del cometa Shoemaker-Levy porque murió en 1988. También Shoemaker murió prematuramente. En el tercer aniversario de la colisión de Júpiter, su esposa y él estaban en el interior de Australia, adonde iban todos los años a buscar zonas de impacto. En una pista sin asfaltar del desierto de Tanami (normalmente uno de los lugares más vacíos de la Tierra), superaron una pequeña elevación justo cuando se acercaba otro vehículo. Shoemaker murió instantáneamente, su esposa resultó herida. Parte de sus cenizas se enviaron a la Luna a bordo de la nave espacial Lunar Prospector. El resto se esparció por el Cráter del Meteorito. Anderson y Witzke no tenían todavía el cráter que mató a los dinosaurios, «pero teníamos el cráter de impacto mayor y mejor conservado del territorio continental de Estados Unidos», dijo Anderson. Chicxulub está enterrado bajo dos o tres kilómetros de piedra caliza y la mayor parte de él está en el mar, lo que hace que su estudio resulte difícil, mientras que Manson es perfectamente accesible. El hecho de que esté enterrado es lo que hace que se conserve relativamente intacto.


¿Qué aviso tendríamos si una mole de roca similar se dirigiera hoy hacia nosotros? Según Anderson: “Seguramente ninguno. No sería visible a simple vista hasta que se calentase, y eso no sucedería hasta que entrara en la atmósfera, y lo haría aproximadamente un segundo antes de llegar a tierra. Hablamos de algo que se mueve muchas decenas de veces más deprisa que la bala más rápida. Salvo que lo haya visto alguien con un telescopio, y en realidad no hay ninguna certeza de que vaya a ser así, nos pillaría completamente desprevenidos”. La fuerza del impacto depende de un montón de variables: ángulo de entrada, velocidad y trayectoria, si la colisión es de frente o de lado y la masa y la densidad del objeto que impacta, entre muchas otras cosas, ninguna de las cuales podemos conocer después de haber transcurrido tantos millones de años desde que se produjo el suceso. Pero lo que pueden hacer los científicos (y lo han hecho Anderson y Witzke) es medir la zona de impacto y calcular la cantidad de energía liberada. A partir de ahí, pueden calcular escenarios plausibles de cómo pudo ser… o, lo que más terrorífico, cómo sería si sucediese ahora. Un asteroide o un cometa que viajase a velocidades cósmicas entraría en la atmósfera terrestre a tal velocidad que el aire no podría quitarse de en medio debajo de él y resultaría comprimido como en un bombín de bicicleta. Como sabe cualquiera que lo haya usado, el aire comprimido se calienta muy deprisa y la temperatura se elevaría debajo de él hasta llegar a unos 60.000 grados kelvin (273,15 K = 0° C) o diez veces la temperatura de la superficie del Sol. En ese instante de la llegada del meteorito a la atmósfera, todo lo que estuviese en su trayectoria (personas, casas, fábricas, coches) se arrugaría y se esfumaría como papel de celofán puesto al fuego. Un segundo después de entrar en la atmósfera, el meteorito chocaría con la superficie terrestre, allí donde los hipotéticos antiguos habitantes de Manson habrían estado un momento antes dedicados a sus cosas. El meteorito propiamente dicho se evaporaría instantáneamente, pero la explosión haría estallar mil kilómetros cúbicos de roca, tierra y gases supercalentados. Todos los seres vivos en 250 kilómetros a la redonda a los que no hubiese liquidado el calor generado por la entrada del meteorito en la atmósfera perecerían entonces con la explosión. Se produciría una onda de choque inicial que irradiaría hacia fuera y se lo llevaría todo por delante a una velocidad que sería casi la de la luz.





Para quienes estuviesen fuera de la zona inmediata de devastación, el primer anuncio de la catástrofe sería un fogonazo de luz cegadora (el más brillante que puedan haber visto ojos humanos), seguido un instante después por una visión apocalíptica de majestuosidad inimaginable: una pared rodante de oscuridad que llegaría hasta el cielo y que llenaría todo el campo de visión desplazándose a miles de kilómetros por hora. Se aproximaría en un silencio hechizante, porque se movería mucho más deprisa que la velocidad del sonido. Cualquiera que estuviese en un edificio alto de Omaha o Des Moines, por ejemplo, y que mirase por casualidad en la dirección correcta, vería un desconcertante velo de agitación seguido de la inconsciencia instantánea. Al cabo de unos minutos, en un área que abarcaría desde Denver a Detroit, incluyendo lo que habían sido Chicago, San Luis, Kansas City; las Ciudades Gemelas (en suma, el Medio Oeste entero), casi todo lo que se alzase del suelo habría quedado aplanado o estaría ardiendo, y casi todos los seres vivos habrían muerto. A los que se hallasen a una distancia de hasta 1.500kilómetros les derribaría y machacaría o cortaría en rodajas una ventisca de proyectiles voladores. Después de esos 1.500kilómetros iría disminuyendo gradualmente la devastación. Y esto, según antiguas tradiciones, podemos estar seguros que ya lo han sufrido antiguas civilizaciones de las que casi no ha quedado rastro. Pero eso no es más que la onda de choque inicial. Sólo se pueden hacer conjeturas sobre los daños relacionados, que serían sin duda contundentes y globales. El impacto desencadenaría casi con seguridad una serie de terremotos devastadores. Empezarían a retumbar y a vomitar los volcanes por todo el planeta. Surgirían maremotos que se lanzarían a arrasar las costas lejanas. Al cabo de una hora, una nube de oscuridad cubriría toda la Tierra y caerían por todas partes rocas ardientes y otros desechos, haciendo arder en llamas gran parte del planeta. Se ha calculado que al final del primer día habrían muerto mil millones y medio de personas como mínimo. Las enormes perturbaciones que se producirían en la ionosfera destruirían en todas partes los sistemas de comunicación, con lo que los supervivientes no tendrían ni idea de lo que estaba pasando en otros lugares y no sabrían adónde ir, aunque no importaría mucho. Como ha dicho un comentarista, huir significaría «elegir una muerte lenta en vez de una rápida. El número de víctimas variaría muy poco por cualquier tentativa plausible de reubicación, porque disminuiría universalmente la capacidad de la Tierra para sustentar vida».


La cantidad de hollín y de ceniza flotante que producirían el impacto y los fuegos siguientes taparía el Sol sin duda durante varios meses, puede que durante varios años, lo que afectaría a los ciclos de crecimiento. Investigadores del Instituto Tecnológico de California analizaron, en el año 2001, isótopos de helio de sedimentos dejados por el impacto posterior del KT y llegaron a la conclusión de que afectó al clima de la Tierra durante unos diez mil años. Esto se usó concretamente como prueba que apoyaba la idea de que la extinción de los dinosaurios había sido rápida y drástica… y lo fue, en términos geológicos. Sólo podemos hacer conjeturas sobre cómo sobrellevaría la humanidad un acontecimiento semejante, o si lo haría. Y recordad que el hecho se produciría con toda probabilidad sin previo aviso, de pronto, como caído del cielo. Pero supongamos que viésemos llegar el objeto. ¿Qué haríamos? Todo el mundo se imagina que enviaríamos una ojiva nuclear y lo haríamos estallar en pedazos. Pero se plantean algunos problemas en relación con esa idea. Primero, como dice John S. Lewis, nuestros misiles no están diseñados para operar en el espacio. No poseen el empuje necesario para vencer la gravedad de la Tierra y; aun en el caso de que lo hiciesen, no hay ningún mecanismo para guiarlos a lo largo de las decenas de millones de kilómetros del espacio. Hay aún menos posibilidades de que consiguiésemos enviar una nave tripulada con vaqueros espaciales para que hiciesen el trabajo por nosotros, como en la película Armagedón; no disponemos ya de un cohete con potencia suficiente para enviar seres humanos ni siquiera hasta la Luna. Al último que la tenía, el Saturno, lo jubilaron hace años y no lo ha reemplazado ningún otro. Ni tampoco podría construirse rápidamente uno nuevo porque, aunque parezca increíble, los planos de las lanzaderas Saturno se destruyeron en una limpieza general de la NASA. Incluso en el caso de que consiguiéramos de algún modo lanzar una ojiva nuclear contra el asteroide y hacerlo pedazos, lo más probable es que sólo lo convirtiésemos en una sucesión de rocas que caerían sobre nosotros una tras otra como el cometa Shoemaker sobre Júpiter… pero con la diferencia de que las rocas se habrían hecho intensamente radiactivas. Tom Gehrels, un cazador de asteroides de la Universidad de Arizona, cree que ni siquiera un aviso con un año de antelación sería suficiente para una actuación adecuada. Pero lo más probable es que no viésemos el objeto, ni aunque se tratase de un cometa, hasta que estuviese a unos seis meses de distancia, lo que sería demasiado tarde.





Shoemaker-Levy había estado orbitando Júpiter de una forma bastante notoria desde 1929, pero pasó medio siglo antes de que alguien se diese cuenta. Como estas cosas son tan difíciles de calcular y los cálculos han de incluir necesariamente un margen de error tan significativo, aunque supiésemos que un objeto se dirigía hacia nosotros, no sabríamos casi hasta el final (el último par de semanas más o menos) si la colisión era segura. Durante la mayor parte del periodo de aproximación del objeto viviríamos en una especie de conode incertidumbre. Esos pocos meses serian, sin duda, los más interesantes de la historia del mundo. Y podemos imaginarnos las celebraciones si pasase de largo. ¿Con qué frecuencia se produce algo como el impacto de Manson? Según Witzke, se producen a una media aproximada de una vez cada millón de años, pero teniendo en cuenta que ése fue un acontecimiento relativamente menor. ¿Sabéis cuantas extinciones estuvieron relacionadas con el impacto de Manson? Sorprendentemente, ninguna. Por supuesto, se apresuraron a añadir Witzke y Anderson, se produjo una devastación terrible que afectó a gran parte del planeta, como hemos explicado ya, y una aniquilación total en cientos de kilómetros a la redonda de la zona cero. Pero la vida es resistente y, cuando se despejó el humo, había suficientes afortunados supervivientes de todas las especies para que ninguna desapareciese del todo. La buena noticia es, al parecer, que hace falta un impacto enormemente grande para que se extinga una especie. La mala es que nunca se puede contar con la buena. Peor aún, no es necesario en realidad mirar hacia el espacio para ver peligros. Como veremos a continuación, la Tierra puede proporcionar peligro en abundancia por sí sola.




Tomado de: http://oldcivilizations.wordpress.com/2013/01/16/una-vez-pasado-el-21-de-diciembre-de-2012-nos-podemos-olvidar-de-las-profecias-mayas/

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